Señor Director:
Desde el jueves 10 de marzo en nuestro país se empezaron a celebrar los primeros matrimonios por parte de parejas del mismo sexo. La jornada estuvo marcada por mucha alegría y esperanza: tras décadas de perseguir el anhelo del acceso igualitario al matrimonio, una pareja de hombres y otra de mujeres cambiaron su estado civil a casados. Los ojos del país y del mundo se volcaron hacia las parejas. Mientras esto ocurría, decenas de madres en todo Chile se acercaron al Servicio de Registro Civil e Identificación, pero no a casarse, sino que a regularizar la filiación de sus hijos e hijas. Las tres primeras parejas, con nerviosismo, humildad y con cierta desconfianza. No era para menos, nunca en Chile dos madres habían podido reconocer a su hijo sin estar obligadas a atravesar todo tipo de dificultades legales.
Estas familias, como las muchas que efectuarán este trámite dentro de las próximas semanas, han ganado en dignidad y derechos. Rodeadas por sus parientes y amigos, las madres lloraron de emoción al conseguir algo que pensaron imposible.
Es lógico. Hace solo diez años Chile era condenado por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a través del denominado Fallo Atala y niñas, por haber separado a una madre de sus hijas por el solo hecho de que ella fuera lesbiana. Hoy, cada hijo que es reconocido, cada madre que deja de vivir en la incertidumbre legal respecto a su vínculo filiativo, va cerrando lentamente una herida que solo puede cerrar el cambio cultural.
Isabel Amor
Directora ejecutiva Fundación Iguales