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Un vínculo que se construía con el reconocimiento por parte del menor y sus padres por la labor docente y, por parte de quien enseñaba, la responsabilidad de obrar con las capacidades que exigía el ejercicio de su vocación.
El prestigio interno y externo que supo ganar nuestra enseñanza a partir de las primeras décadas del siglo XX empezó a declinar en la década del 70 y se hizo más notorio en el siglo actual, donde la profesión docente está a medio camino del pasado y ante el advenimiento de un futuro que reclama habilidades en continua renovación.
A ello se suma para quien enseña hoy la necesidad de otras habilidades para conducir personas. La labor docente exige el ejercicio de un liderazgo en el aula, actividad que demanda una riqueza de matices de acción positivos e implica estar dispuesto y preparado para asumir innovaciones y no declinar en un espíritu de renovación y creatividad en el ejercicio profesional.
Finalmente, la irrupción de las nuevas tecnologías ha provocado un cambio radical a la hora de acceder a la información que aplicado al campo de la enseñanza o a los procesos de aprendizaje, supone una modificación igual de drástica en el rol del docente en su comunidad educativa.
Hasta hace unos años, el profesor era quien seleccionaba y curaba la información que llegaba a sus estudiantes. El docente construía el conocimiento del alumnado y, ante cualquier duda, los estudiantes acudían a él para ampliar o aclarar esas lecciones. Ahora, resulta mucho más rápido acudir directamente a Internet.
El gran inconveniente de todo esto es que el alumno se sitúa ante una inmensa cantidad de información que muchas veces es incapaz de asimilar, y es necesaria una constante selección con la que saber valorar y distinguir los contenidos de calidad. Es en este contexto en el que el profesor debe replantearse su papel.
Lamentablemente, de la formación docente y del modelo de aprendizaje se habla mucho, pero se hace poco en nuestro país, a diferencia de naciones que lideran los rankings internacionales en materia de educación, como Japón, Singapur y Finlandia, donde la carrera docente es altamente valorada.
Aquí ocurrió todo lo contrario y por lo mismo es interesante –e incluso alentador- apreciar el cambio que se ha producido los dos últimos años en materia de postulaciones. Gracias a acertadas políticas públicas que consideran incentivos para estudiar pedagogías, entre 2023 y 20024 hubo un alza de 52% en los matriculados (as), lo que implica pasar de 8 mil 712 en 2022 a casi 14 mil este año y así quebrar una tendencia a la baja que las mantuvo una década completa en crisis.
Si miramos hoy nuestro sistema educativo y aspiramos a su revitalización futura, la clave de los cambios necesarios seguirá dependiendo principalmente de sus profesores, por lo que el incremento que se viene registrando en el interés por estudiar pedagogía abre la esperanza de que aún hay personas dispuestas a tomar el desafío enorme de la recuperación de aprendizajes perdidos durante la pandemia, y hacerse cargo de una serie de deficiencias que se profundizaron estos últimos años, pero que venían arrastrándose desde antes, como la inasistencia y la deserción escolar.