Una preocupación muy presente durante la pandemia de Covid-19 ha sido intentar mitigar los impactos negativos en la economía, porque detrás de los números rojos que han alertado a todos, hay empresarios, hay trabajadores y también hay pobres.
Según la Encuesta Casen, en 2017 había un millón y medio de pobres en Chile, es decir, un 8,6% de la población, una cifra baja en el contexto latinoamericano que se ha logrado gracias a la implementación por tres décadas de políticas sociales focalizadas, pero también gracias a un crecimiento sostenido de la actividad económica, dinamismo que genera empleo.
Sin embargo, esa estadística no da cuenta de la alta vulnerabilidad de un vasto segmento de ingresos medios que a raíz de contingencias, como la cesantía, puede pasar rápidamente a engrosar las cifras de pobres. De hecho, en mayo pasado, un informe de la Cepal, advirtió que entre las diferentes consecuencias que traerá la pandemia en el mundo será el aumento de la pobreza, llegando en Chile a tasas de 11,9% a 13,7% en 2020.
En Ñuble esta preocupación cobra especial relevancia, por ostentar una tasa de pobreza de 16,1%, la segunda más alta del país.
En ese sentido, cualquier iniciativa que tenga por objetivo paliar el hambre -literalmente- en los segmentos más vulnerables de la población es consistente con el sentido de urgencia que exige esta crisis sanitaria que también es económica, como por ejemplo, el programa Alimentos para Chile, que entrega de 45 mil cajas entre las familias de menores ingresos de la región.
Y si bien medidas como la entrega de canastas o el ingreso familiar de emergencia van por el camino correcto, es clave entender que esto constituye solo una ayuda, y que de ninguna manera puede reemplazar los beneficios que genera el empleo en los hogares, razón por la cual urge rescatar a aquellas pequeñas y medianas empresas que hoy no ven la luz al final de la crisis, y de cuya supervivencia dependen cientos de miles de trabajadores.
Lamentablemente, la banca chilena no ha estado a la altura de las circunstancias, pues pese a que el Estado ha inyectado liquidez para garantizar créditos, las instituciones financieras no respondieron con la agilidad que se requería, pero más preocupante aún fueron las numerosas trabas y los rechazos que se observaron en un comienzo como respuesta a las dramáticas solicitudes de miles de micro y pequeños empresarios.
Los pronósticos apuntan a un empeoramiento del escenario económico en los próximos meses, no sólo a nivel de demanda interna, sino que también en materia de comercio exterior, lo que seguirá impactando en los segmentos más vulnerables.
Ante la incertidumbre respecto de la duración de la crisis sanitaria, tampoco es posible prever cuándo podría comenzar a recuperarse la economía, una reactivación que según muchos analistas, será lenta.
Ya no es momento para que el Gobierno se siga guardando sus últimos cartuchos. Es hora de implementar medidas más audaces que permitan, por un lado, enfrentar la urgencia de las familias, y por otro, reactivar el empleo, pues de ello dependerá la envergadura de la crisis social que podría observarse una vez superada la pandemia.