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Los chilenos no fallaron

Señor Director:

Mientras algunos anunciaban el colapso, Chile hizo lo que sabe hacer cuando la política deja de estorbar: votar en paz, contar bien y aceptar el resultado. Sin épica vacía ni discursos incendiarios. La democracia chilena volvió a demostrar que funciona mejor que muchos de sus intérpretes. La tesis incomoda, pero es necesaria: el problema de Chile no es su institucionalidad, sino una parte de su dirigencia que vive de desprestigiarla. Los ciudadanos llegaron caminando a los colegios del barrio, votaron en familia, esperaron sin tensión. En menos de dos horas hubo cómputos claros, resultados verificables y una certeza compartida. A las 17.59 el país estaba resuelto. Eso no es normalidad: es fortaleza democrática.

La candidata derrotada reconoció la derrota y saludó al ganador. El Presidente, de otro sector, hizo lo mismo. Sin victimismos ni acusaciones preventivas. Ese gesto, hoy escaso, debería ser obligatorio. Porque gobernar no es pasar máquina y oponerse no es negar la sal y el agua, como ya vimos en estos años, cuando la obstrucción sistemática se disfrazó de convicción y empobreció al país. Chile no se cae a pedazos, aunque algunos necesiten repetirlo para justificar su fracaso político. Los indicadores macroeconómicos lo dicen, pero la jornada cívica lo grita. El mensaje es claro: la ciudadanía está varios pasos adelante de su clase política.

Ahora les toca a los ganadores gobernar con acuerdos y a los vencidos ejercer una oposición responsable. El país ya cumplió. Lo mínimo es que la política esté a la altura de la democracia que dice defender.

Ricardo Rodríguez Rivas

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