Señor Director:
Recientemente la Longaniza de Chillán obtuvo el Sello de Origen, al ser reconocida como Denominación de Origen por el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INAPI). Sin embargo, lo que parecía una buena noticia provocó una comprensible controversia.
En efecto, las indicaciones geográficas y denominaciones de origen tienen una dimensión identitaria muy potente en las comunidades. Estas permiten crear conciencia de tesoros patrimoniales, sean culturales, gastronómicos o referidos a productos de alta calidad asociados a determinados territorios. Involucra incluso una conexión emocional que apela al orgullo colectivo. Al mismo tiempo, existe también una dimensión económica y turística involucrada en su promoción y comercialización.
La creación de estas categorías ha permitido salvar oficios tradicionales que están en extinción o que necesitan mayor promoción, ya que las comunidades obtienen un derecho exclusivo de uso de la indicación o denominación para rentabilizar sus productos.
Ahora bien, la polémica surgida constituye una oportunidad para revisar la forma en que se consulta a las comunidades en el proceso que se sigue para obtener estas denominaciones. Y también para iniciar procesos de acreditación para longanizas y embutidos gastronómicos de alta calidad que se producen en San Carlos o Paillaco, de manera de situar a la región del Ñuble como indiscutida capital gastronómica de estos nobles productos que son referentes en la parrilla y cocina chilena.
Gonzalo Sánchez
Socio Santa Cruz IP