Llaman a tomar conciencia sobre la producción de palta en Chile

La producción de palta en Chile es uno de los negocios más rentables del país, gracias a su alta demanda a nivel mundial. Además, es uno de los alimentos más consumidos por los chilenos y un elemento esencial de su dieta.
Por esta razón la académica del Departamento de Geografía de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía (FAUG) de la Universidad de Concepción, Dra. Mónica Ortiz, junto a otros especialistas, exploraron el alcance del cultivo de la palta, así como sus consecuencias en el medio ambiente, la biodiversidad y las comunidades locales en el artículo Telecoupled social–ecological systems: the case of avocado in Chile.
En la investigación, se indicó que, en 2021, Chile produjo 169.000 toneladas de palta hass, de las cuales aproximadamente 98.000 se exportaron a mercados internacionales. Las plantaciones se concentran principalmente en la región de Valparaíso, representando entre el 60 % y el 70 % del área total del cultivo en el país.
Aunque se trata de un fruto muy consumido —según el Comité de Paltas, en 2024 el consumo per cápita alcanzó los 8,6 kilos por persona al año— y rentable para la exportación, su alta producción afecta de manera significativa al medio ambiente, la biodiversidad y las comunidades cercanas a las plantaciones generando creciente desigualdad económica entre grandes y pequeños productores, y una dependencia laboral de una sola actividad agrícola.
La autora principal del artículo, señaló que, “lo que buscamos es caracterizar un sistema teleacoplado, lo que significa que todas las demandas vienen de afuera (…), pero los impactos son muy locales”.
Para el académico del Departamento de Geografía y colaborador de la investigación, Dr. Sebastián Baeza González, una de las intenciones al realizar el estudio fue conectar lo que ocurre a nivel global con la alta demanda de paltas con “el impacto que tienen los sistemas de producción local y la presión que se ejerce sobre los sistemas socioecológicos”.
Medioambiente y biodiversidad
La expansión de sus plantaciones conlleva la eliminación de la vegetación nativa. Como consecuencia, el monocultivo —la práctica de sembrar una misma especie en un mismo terreno de manera continua— provoca una significativa pérdida de biodiversidad.
En ese sentido, la Dra. Mónica Ortiz destacó que la flora autóctona del país es fundamental, ya que constituye el hábitat de los polinizadores, especies esenciales para el desarrollo de los cultivos.
“En el proceso de conversión del uso de suelo, desde vegetación nativa hacia monocultivos o plantaciones, se está afectando la biodiversidad, la cual es esencial para la producción de paltas”, profundizó la académica del Departamento de Geografía.
Por otro lado, debido a la ubicación geográfica de la mayoría de los cultivos, situados entre cerros y laderas, genera un riesgo de erosión en los suelos. Además, la sobreexplotación del agua puede afectar la estabilidad de las pendientes en esos sectores.
“A largo plazo estamos agotando los nutrientes orgánicos del suelo. Igualmente, debido a la erosión, estamos perdiendo nutrientes por la escorrentía y por diversos factores que siguen degradando esas tierras en la zona (…). Es un ciclo un tanto vicioso, en el que la producción intensiva genera impactos que impiden la sustentabilidad en del negocio agrícola”, explicó la Dra. Ortiz.
Equilibrio entre su cultivo y protección
Para el Dr. Sebastián Baeza, es posible que en el futuro los propios consumidores comiencen a exigir cambios más sustentables en la forma de producir este fruto. “En la medida en que los consumidores demanden formas de cultivos más amigables con el medioambiente, con menor impacto y con un pago justo a los trabajadores, las empresas no van a tener otra opción que cambiar”, planteó el académico.
La autora del artículo, aseguró que el mensaje de su investigación no es restringir el consumo de palta, pues reconoce que es parte de la cultura del país. Lo que busca es plantear las problemáticas que existen alrededor de este fruto. Además de reconocer que las acciones individuales en el consumo sí tienen peso, recomendando comprar a productores locales o que “tal vez tengan una forma más ética de producir”.