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Señor Director:
Mi breve recuerdo de Humberto Maureira Bravo dio motivo a cinco mensajes de antiguos colegas: Tres compartieron el grato recuerdo y dos pusieron el acento más en el empresario que en el maestro.
Es un deporte nacional “chaquetear” al que tiene éxito, explicar el resultado por diversas causas, incluida la buena suerte, sin reparar que se debió a la inteligencia, sacrificio, sobriedad, colaboración familiar, entre otros factores. Y, el argumento ideológico de extrema izquierda: La condena del lucro. ¿Por qué se pueden vender servicios médicos, medicamentos, leche, pan, sin que se condene el lucro con la virulencia que se condena cuando se trata de educación? Con razón Gabriela Mistral defendía el derecho a la educación privada frente al monopolio estatal. Le preocupaba que en algún momento el Estado no fuera neutral, sino ideológico y convirtiera a la educación púbica en un instrumento de dominación política. En rigor, la educación privada, sometida desde luego a reglas surgidas de convicciones democráticas, puede representar un gran apoyo para el proceso educativo.
Dice un colega “Humberto creó buenos colegios pero ganó mucha plata…” A mí me parece estupendo que haciendo una gran obra social como han sido sus prestigiosos colegios haya además cosechado buenos frutos. Soy de los que no envidian a los que tienen éxitos económicos con empresas que generan progreso para la sociedad. Esto es mucho mejor que tener una educación pública que gasta miles de millones con pésimos resultados pedagógicos y estudiantes dispuestos a quemar vivos a profesores y a carabineros sin que les pase nada.
Tengo otra razón para recordar con admiración y gratitud a Humberto. Realizó una intensa labor artística y deportiva en sus colegios y difundió en revista Quinchamalí grandes éxitos. No lo vio como un gasto, sino como una inversión cultural.
Alejandro Witker