Cuando retornemos a la “normalidad”, cuando la pandemia sea solo un mal recuerdo, tendremos diferentes enseñanzas e importantes cambios en nuestra cotidianidad. Seguramente valorizaremos el trabajo colaborativo a distancia, la transformación digital y la tecnología de la información en las organizaciones.
Por otra parte, las lecciones que en materia ambiental han ido quedando en evidencia, lo mismo que las certezas que se revelan frente a los parámetros de consumo a los que veníamos acostumbrados e, incluso, la manera como nos relacionamos con los otros, son señales de que en no pocas cosas hay que hacer un alto y rebobinar.
Aunque parezca temprano decirlo, el confinamiento obligatorio al que estamos sometidos debe ser visto también como una oportunidad de mirar más allá de la coyuntura para analizar los posibles cambios que como sociedad tendremos que emprender. Aunque muy dramático, bien lo dijo ayer el intendente Arrau: “los ñublensinos deben acostumbrarse a que la vida como la conocieron, se acabó”.
Veamos, por ejemplo, la forma cómo nos movilizamos, o cómo compramos en centros comerciales y ferias. Ya sea por asuntos de salud, por la misma aglomeración que subyace en ello, será necesario adoptar nuevos comportamientos y una nueva cultura del desplazamiento.
Adicional a esto, debe considerarse el cambio que reclama nuestra matriz energética, y que tiene un sentido de urgencia por el efecto que puede tener la contaminación del aire sobre la pandemia que nos afecta. La ciencia ha demostrado ampliamente que el material particulado fino (PM2.5) del aire contaminado por humo de leña sería un vehículo portador de inmejorables condiciones para el Covid-19.
Bajo esta perspectiva, ¿qué habría que cambiar en adelante? Probablemente, un cambio en la manera como estamos concibiendo la planeación de nuestras ciudades, que pasa por revisar el actual modelo de operación de los sistemas de transporte, como también los combustibles que utilizamos para calefaccionarnos. Deseable sería también más bicicletas y más recorridos a pie, y para el aparato productivo más flexibilidad laboral, trabajo en casa y virtualización de actividades.
Por último, es urgente, de cara al futuro, una reflexión sobre hasta qué punto la solidaridad y el sentido de lo colectivo son valores fundacionales de los sistemas de salud, pues otra de las grandes lecciones que deja esta crisis es que los países que se han visto en mejor posición para enfrentarla son aquellos que tienen una salud pública robusta.