Señor Director:
A propósito de las declaraciones del presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, sobre el carácter “autónomo” de los movimientos sociales, conviene detenerse menos en la polémica coyuntural y más en una cuestión de fondo: el modo en que los partidos se relacionan con aquello que dicen no controlar.
Sostener que los movimientos sociales “tienen vida propia” es, en principio, correcto. Sin embargo, cuando un partido llama explícitamente a “impulsar hitos de movilización” en su rol de oposición y, al mismo tiempo, niega cualquier intención de conducción, se instala una ambigüedad difícil de ignorar. No se trata de apropiarse de las demandas sociales, pero tampoco de invocarlas retóricamente para luego desentenderse de sus efectos.
La protesta es un derecho legítimo en democracia. Lo problemático aparece cuando el lenguaje político oscila entre la convocatoria y la desvinculación, entre el llamado y la inocencia posterior. En política, las palabras no son neutras: crean expectativas, orientan acciones y distribuyen responsabilidades.
En un contexto de profunda desconfianza ciudadana hacia los partidos, la prudencia no consiste en silenciar la movilización, sino en hablar con claridad. Quien convoca no puede fingir sorpresa; quien invoca la autonomía no puede usarla como coartada.
Porque en política nadie convoca solo por hablar. Y nadie queda al margen solo por decir que no manda.
Kênio Estrela
Académico en filosofía del lenguaje




