Tal como hay obras de adelanto en Ñuble que suenan como una letanía de tanto ser anunciadas, pero nunca concretadas; hay otras -lamentablemente las menos- que logran superar exigencias técnicas y políticas, y acceder a inversión pública para materializarse.
Entre las primeras la lista es larga. Hay embalses, promesas en el transporte aéreo y ferroviario, nuevas fuentes energéticas, un Puerto Seco en Chillán Viejo y una zona franca en San Nicolás, junto a decenas de otras obras que han sido anunciadas por autoridades de diferentes colores políticos, en los últimos 30 años.
Por eso merece destacarse lo que ha ido ocurriendo con la ruta costera Cobquecura-Dichato, una iniciativa que salió del congelador durante el primer gobierno de Michelle Bachelet y que fue sumando avances durante las administraciones posteriores. De hecho es un buen ejemplo de lo que debería ocurrir siempre con los grandes proyectos de infraestructura pública. Una posta de recursos y voluntades que permitirá saldar una deuda con las localidades costeras de las comunas de Cobquecura, Coelemu, Trehuaco y Tomé. Y es que además del desafío país de contar con una ruta costera alternativa a la Ruta 5, desde Arica a Los Lagos, en el que se ha avanzado en distintas regiones, existen aspectos clave que ponen de manifiesto la urgencia de abordar el tramo Cobquecura-Dichato en el corto plazo, como el aislamiento de la comunidades del litoral y el potencial desarrollo turístico de esta zona.
De hecho, se ha constatado una fuerte emigración, pues la falta de infraestructura vial afecta la calidad de vida de las personas no sólo desde el punto de vista del transporte y la conectividad, sino que también en el acceso a servicios básicos y en el desarrollo económico. Es más, abundan los ejemplos en que la pavimentación de una ruta ha permitido a distintas zonas rurales mejorar su competitividad en áreas como el turismo y la agricultura, precisamente dos rubros con un gran potencial de crecimiento en el litoral de Ñuble.
Es justo reconocer que en el pasado hubo razones técnicas que impidieron dar respuesta a esta obra con celeridad, como tampoco se puede negar que ha existido una evidente discriminación hacia esta zona, y en general, con la región de Ñuble en cuanto a inversión en infraestructura.
Basta decir que apenas el 23% de las rutas de la región están pavimentadas, y los 6 puntos porcentuales que hemos mejorado en los últimos 4 años, desde que somos Región, provienen de recursos FNDR que deberían haberse destinados a obras y programas comunitarios en las 21 comunas.
Que terminen los proyectos de ingeniería del puente Itata es un importante avance, pero aún queda un largo camino por recorrer. Un proceso que puede tardar años en concretarse, pero que constituye una señal de justicia para esta zona y una oportunidad para su desarrollo económico.
Es necesario, no obstante, que esa decisión vaya acompañada de una real voluntad política por saldar esta deuda con Ñuble, ponderando elementos como la rentabilidad, con otros mucho más relevantes, como la oportunidad de mejorar la competitividad y la calidad de vida de miles de familias.