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Uno de los atributos que más se destaca de Ñuble es la presencia de una rica tradición campesina, que se ha transmitido por generaciones y que constituye un patrimonio inmaterial de la zona, conformado por prácticas agrícolas ancestrales y un sinnúmero de expresiones culturales en torno al campo, que se pueden encontrar en distintas localidades de la región, por ejemplo, en la vitivinicultura del Valle del Itata.
Por otro lado, en el territorio regional también existe una agricultura más moderna, intensiva, que se focaliza en los rendimientos y en la eficiencia, cuya expresión más fiel se puede hallar en rubros como la remolacha, la achicoria y los frutales, entre otros, una agricultura que suele criticarse por su impacto en el ambiente, principalmente por el uso de agroquímicos.
Frente a ambos modelos, la agroecología representa un enfoque más sistémico que propone prácticas agrícolas que permitan una alta productividad, pero que también mejoren la calidad de vida de las familias campesinas, sus comunidades y el mundo rural, manteniendo y mejorando los recursos naturales que la sustentan.
La promoción de la agroecología es precisamente uno de los ejes de trabajo del Ministerio de Agricultura, desde donde se plantea que hoy se necesita un cambio de paradigma hacia una agricultura agroecológica que respete los sistemas ecológicos, que funcione en armonía con los ecosistemas naturales, que sea capaz de regenerar el suelo, mantener la humedad del sistema y controlar las plagas de forma natural.
En ese contexto, la promoción no se ha quedado en palabras. Tras el objetivo de que cada vez más agricultores de la región adopten estas prácticas agroecológicas, los servicios del agro están trabajando coordinados, donde la transferencia tecnológica cumple un rol fundamental, razón por la cual existe una estrecha colaboración de parte del INIA, institución con abundante trabajo en el ámbito de los bioinsumos, por ejemplo, en el control biológico de plagas.
Lejos de plantearse como una imposición, en la práctica, la agroecología representa una oportunidad de agregación de valor a la producción agrícola entre las familias campesinas, quienes, a través de la certificación de prácticas agroecológicas, como la agricultura orgánica, por ejemplo, pueden acceder a mercados de mayor valor, es decir, obtener mayores ingresos.
Con 5.692 hectáreas, la región de Ñuble lidera a nivel nacional la superficie orgánica certificada dedicada a la producción de cultivos. Se trata de una cifra relevante, que se explica por una larga tradición de producción y certificación orgánica en la zona, que no refleja el real peso de este sistema en la zona, puesto que existe una enorme cifra fantasma de huertos no certificados, de pequeños agricultores, que por generaciones han empleado prácticas ecológicas y únicamente insumos orgánicos.
Producir orgánico hoy es pensar en el futuro, es cuidar y darle valor a la tierra que recibirán las próximas generaciones, por ello no extraña que cada vez sumen más consumidores y más productores a esta tendencia, que constituye un atractivo elemento diferenciador en el mercado.
Así, mientras en el Valle del Itata abundan las parras sin agroquímicos y cada vez se elaboran más vinos orgánicos o naturales, en Punilla y Diguillín los productores de frutillas y berries orgánicos apuestan por seguir exportando a los mercados más exigentes.