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La nueva carátula del progresismo
Señor Director:
En el laberinto político chileno, donde los independientes electos se autodenominan “progresistas”, surge una interrogante: ¿qué significa realmente ser progresista en el siglo XXI? La etiqueta, que evoca ideales de justicia y equidad, parece diluirse en un mar de clichés y malentendidos. Para muchos, el progresismo se asocia erróneamente con la izquierda o la derecha, dependiendo del prisma a través del cual se observe la desigualdad socioeconómica.
Las definiciones por negación no son útiles. Los jóvenes, en su afán de opinar sobre todo, convierten el progresismo en un hedonismo superficial, olvidando el respeto por la diversidad de ideas. Mientras, en redes sociales, se desata una batalla por la identidad política: ¿será el que postea un verdadero progresista o solo un conservador disfrazado?
El verdadero progresista, más allá de etiquetas, es aquel que promueve un cambio positivo, que defiende el desarrollo humano integral y que entiende su papel en un mundo donde la interconexión es vital. Humildad, respeto mutuo, y una firme creencia en la dignidad humana son sus pilares. La evolución del concepto, desde el siglo XIX hasta hoy, refleja un giro radical: el progreso ya no se mide solo en crecimiento económico, sino en la capacidad de redistribuir y cuidar nuestro entorno.
Así, quizás deberíamos preguntarnos: ¿estamos listos para redefinir el progresismo, o seguiremos atrapados en viejas narrativas? El desafío es claro y el tiempo es nuestra nueva moneda.
Ricardo Rodríguez Rivas
Máster en Gobierno y Gestión Pública