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Las primeras mujeres que se incorporaron a las universidades y aportaron al pensamiento filosófico rompieron la brecha injusta de la discriminación de género, un esfuerzo y avance notable, pese a la oposición activa o pasiva de quienes reproducían prácticas contrarias al progreso de la humanidad.
¿Sería el mundo tal cual lo conocemos si la participación de la mujer se hubiese desarrollado de la misma forma que para los hombres?
Muchas pensadoras han reflexionado en torno a una sociedad mejor. En “La fragilidad del bien: fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega”, uno de sus libros más leídos, la académica y filósofa Martha Craven Nussbaum expresa que justicia social básica otorga a las personas la libertad para elegir y actuar basada en una ética de “capacidades humanas” inherentes a su condición -la vida, los sentimientos, la salud y la razón- como potencial de superación. Es decir, lo que dignifica al ser humano es el desarrollo y la capacidad de ver lo propio como una fracción del mundo en comunidad.
La destacada autora y profesora de origen británico Susan Haack, en tanto, nos sugiere un crucigrama epistémico innovador: en la ciencia es fundamental la coherencia de respuestas plausibles para garantizar resultados y no desacreditar la legitimidad de la misma, sino defender, en la medida de lo posible, la razonabilidad. El avance científico, entonces, debe garantizar la aplicación ética de sus descubrimientos.
Otra mujer fundamental es Adela Cortina Orts, docente emérita de la Universidad de Valencia, quien aporta a la teoría de los derechos humanos el concepto de “aporofobia”, que es el odio, miedo o rechazo a la pobreza en una sociedad consumista, es decir que discrimina y criminaliza a quienes no pueden retribuir a la economía. En una entrevista reciente, dijo percibir a la sociedad chilena cansada y estampó la necesidad de una mayor “amistad cívica” basada en mínimos éticos para el logro social.
Victoria Camps Cervera es una catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona que instala el término “civismo”, concepto que grafica el compromiso que cada uno de nosotros establece con la vida de los demás, algo que se concreta en virtudes sociales tales como la austeridad, la templanza y el deber del buen actuar.
La chilena Carla Cordua Sommer, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, imparte cátedra en reconocidas universidades nacionales y extranjeras. En sus escritos ahonda en la noción de humanidad y en el compromiso con la verdad y el ser humano. Y nos aporta una frase para reflexionar: “¿Las tareas urgentes? Educar a todo el mundo ¿No era lo que el movimiento estudiantil quería al principio? Lo segundo: enseñar a trabajar. Los niños deberían aprender que la vida no es un regalo. Enseñar a vivir es la tarea pendiente. Sería una enseñanza favorable al cambio”.
Qué duda cabe entonces que la equidad de género, la inclusión y el respeto por el pensamiento es trascendental también en el mundo académico y de las ideas.
Ricardo Bocaz Sepúlveda
Psicólogo y Vicerrector de Universidad del Alba Chillán