Señor Director:
Se ha enfatizado mucho que la Convención Constitucional es el resultado de un proceso democrático y, por lo mismo, goza de amplia legitimidad. Eso, sin duda, es cierto. Sin embargo, no hay que olvidar que la legitimidad democrática de origen no asegura necesariamente la de ejercicio, y en este caso particular, tampoco garantiza que el resultado del cometido encargado a esta asamblea esté a la altura de un ordenamiento constitucional para la democracia. La legitimidad de origen se puede malograr y precipitar al despeñadero, dejando tras de sí la estela de una mera ilusión voluntarista incapaz de interpretar los anhelos de convivencia auténticamente democrática del pueblo, que somos todos, no sólo algunos sectores.
Para que esa legitimidad prevalezca y signifique algo en la vida social, muchos de los convencionales debieran renunciar al prurito utopista, las propuestas exorbitantes y los afanes mesiánicos de redención.
Si persisten en propuestas particularistas que ofuscan la dimensión histórica de nuestro país, redefinen en clave ideológica los derechos fundamentales y se adentran en el territorio del revanchismo, es altamente probable que esa legitimidad de origen de la que se ufanan, termine disuelta y exánime ante la consideración razonada y sensata de la ciudadanía.
Gustavo Cárdenas Ortega
Abogado, comunicador social
Pluralizar la ONAR