“La hora del lobo es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos…”
Es una película dirigida por Ingmar Bergman, transcurre en una isla dónde viven los Borg: Johan, que es pintor, y su mujer Alma. Sus vecinos, los siniestros Von Merken, poseen un círculo de amistades tan escalofriante que Johan comienza a obsesionarse con la idea de que los demonios lo acechan.
Cada uno de nosotros tiene su propia “hora del lobo”. Es la hora del alba, cuando a solas con nuestra conciencia nos enfrentamos a nuestros propios demonios, aquellos que viven en algún rincón desconocido de nuestra existencia.
Chile tiene el domingo, cuando elija un nuevo presidente su propia “hora del lobo”. Muchos chilenos irán a las urnas presa de sus temores y acosados por los demonios que en muchos casos los obsesionan. Acosados unos por el “comunismo” y otros por “el fascismo”. Como si la elección fuera en blanco y negro, el todo o nada.
Hay que votar en “contra de” y no “en favor de”. Hay que evitar que los otros lleguen al poder, sin tener muy claro para que quiero llegar al poder. En que momento los chilenos nos dejamos de escuchar o, dicho de otra manera, solo escuchamos a los que piensan igual que uno.
La hora del lobo libera a los demonios y nos impide ver qué hay un Parlamento recién elegido, un poder judicial que funciona y toda una institucionalidad incluida en ella la Convención Constitucional, que han resistido no sin dificultades los embates de la crisis, y también funcionan. El domingo de elección presidencial, es falsa la disyuntiva entre comunismo y fascismo, se elegirá un presidente democráticamente, y cualquiera que sea el resultado, este debe dejar atrás a los demonios y dejar que avance el día para desarrollar una política integradora y no excluyente, alejada de todo sesgo discriminador. Es lo que anhela la mayoría de los chilenos, no cabe duda. Los maximalismos integristas, así como la supremacía moral de unos sobre otros, debe dejar paso a la conversación al diálogo y la convergencia. No en vano, ambos candidatos han girado en esa dirección en la última etapa de sus campañas.
Ahora será necesario que todos dejemos los demonios en el alba de cada día y seamos capaces, en conjunto, de resolver los problemas que aquejan a la gente, como son pensiones dignas, mejor salud, educación de calidad, el fin a los abusos y mejor calidad de vida.
Para resolver aquello, ni la caricatura del “comunismo” ni el fantasma del “fascismo” deben ser parte del paisaje. No dejemos que los demonios absorban nuestra cotidianidad, que es bastante más compleja que las marionetas y demonios que han construido algunos, alejados de toda realidad. Es la hora de la democracia, no la hora del lobo.