La culpa del empedrado

El problema de nuestra economía no radica en el neoliberalismo. No podemos culpar a un modelo para justificar nuestra incapacidad para construir proyectos en piedra en lugar de arena. En efecto, cuando la política pública se construye en los éxitos económicos, es indudable que quienes no participen de dichos éxitos, quedarán excluidos. Cuando la política pública se construye sobre los problemas o las crisis, superado los problemas y las crisis, deja de tener sentido la política. Cuando la política pública se basa sobre el resentimiento y la exclusión de las minorías, se excluyen a las mayorías que tienen el poder en democracia. Cuando la política pública se basa en el poder, se termina la democracia.
La crítica al neoliberalismo surge de “la necesidad de construir otros paradigmas plurales e incluyentes que impulsen el establecimiento de una nueva ética global del encuentro, del reconocimiento, de la igualdad, de la justicia, de la equidad y el respeto entre las culturas, las sociedades y los Estados-nación del planeta”. ¿Se entendió? Para quienes estamos dentro de los mortales, podemos celebrar o criticar la verborrea del discurso. En términos de tautología, el neoliberalismo es la negación de lo señalado. Mucho del apoyo que genera dicha posición, se debe a la opulencia y la fata de empatía que se observa en el segmento del 1% más rico. Dicha actitud, es especialmente incómoda para los hogares que les cuesta llegar a fin de mes. Empero, desde una mirada más pragmática, el discurso antineoliberal está vacío de propuestas. ¿Existe algún modelo redistributivo que permita que dicha riqueza sea compartida por un mayor porcentaje de la población, sin destruirla? Veamos algunos casos.
Karl Marx (1883 – 1886) instaló a lucha de clases como forma de resolver la concentración de la riqueza. China es un mal ejemplo. El 99% de la población activa de China recibe salarios infinitamente menores que el 1% que concentra la riqueza. El régimen chino aprendió que la riqueza no se destruye, se captura. Con un fuerte control del Estado sobre la población y con ausencia de la opulencia que caracteriza a los ricos occidentales, el establishment hace vista gorda de la riqueza acumulada por unos pocos. Una veintena de empresarios chinos acumulan US$200 mil millones en patrimonio, equivalente a 2/3 del PIB chileno.
La meritocracia es un modelo que en su esencia premia a los que tienen la capacidad para generar riqueza. En este juego, al igual como ocurre con una pirámide, solo el 1% llega a capturar más del 90% de la riqueza. Por otro lado, igualar las condiciones de partida, es un modelo que busca la equidad. La llegada sigue la lógica de una pirámide, solo unos pocos concentrarán una parte mayoritaria de la riqueza.
En resumen, cuando los países crean riqueza esta se tiende en acumular en pocos bolsillos. Por tanto, pensar en instalar un modelo que resuelva la desigualdad es una utopía. Las economías desarrolladas han logrado disminuir el malestar implementando un sistema de seguridad social que, no solo desincentive el que se transforme en zona de confort, sino que también garantice una vida digna. Construir un sistema de esta magnitud requiere de las economías de la capacidad de generar una cantidad de riqueza suficiente que permita sostenerlo. El 1% más rico es quien tiene una parte de la solución; la otra parte, la tiene el regulador para conducir el proceso y estimular la iniciativa privada como forma de aumentar el stock de riqueza. En este sentido, dejemos de culpar al empedrado.