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Señor Director:
Este pasado sábado 27 de enero se conmemoró el aniversario del fallecimiento de Silvana Garrido Urdiles, una muerte que desde el principio no fue investigada de forma adecuada. El caso de Silvana Garrido Urdiles no fue un suicidio, fue un femicidio. Sin embargo, la justicia tardó más de cuatro años en reconocer la verdadera naturaleza de su muerte. Este retraso es un recordatorio de las deficiencias sistémicas que enfrentamos al abordar la violencia de género, en especial cuando solo se consideró el testimonio del único adulto presente en el lugar donde falleció Silvana, que era justamente su agresor y femicida.
Fueron sus familiares quienes libraron una ardua batalla para que se llevaran a cabo las diligencias que debieron realizarse desde un principio, lo que implicó un importante retraso en la investigación debido al sesgo que operó desde el inicio de este caso.
Finalmente, Fernando Flores, su pareja en aquel entonces, fue condenado después de que se demostrara que él fue quien la lanzó desde el piso 23 y en presencia de su hija de 3 años de edad. Siendo clave para ello, el uso de las directivas contenidas por el Protocolo Latinoamericano de Investigación de las Muertes Violentas de Mujeres por Razones de Género, ONU.
El año pasado, el Ministerio Público lanzó su propio manual para investigar este tipo de muertes. Lo que esperamos que implique que nunca más un femicidio sea encubierto por el perpetrador utilizando el suicidio como coartada.
En un contexto donde las muertes violentas de mujeres continúan ocurriendo -con dos casos recientes en Chile que han conmocionado a la sociedad- es fundamental reflexionar sobre la forma en que investigamos y procesamos estos crímenes desde el principio. La muerte de Silvana nos enseñó que no podemos permitirnos dar por sentadas las primeras impresiones o aceptar versiones superficiales de la verdad.
Matar a una mujer por razones de género y luego hacer pasar su muerte por suicidio es un último acto de violencia que los agresores ejercen sobre las vidas y cuerpos de las mujeres a las que matan, porque radican en ellas, ya no solo la culpa de vivir sino que también la culpa de morir.
Francisca Millán
Socia abogada de AML Defensa d Mujeres