Un grupo de investigadores del Departamento de Geofísica de la Universidad de Concepción ha logrado pronosticar, con unos 15 días de anticipación, dos olas de calor que se produjeron en Chile central durante este verano, gracias a que implementaron un modelo predictivo basado en el análisis de cambios de gran escala en la atmósfera, explicó el Dr. Martín Jacques Coper, líder del estudio. Se trata del monitoreo de dos precursores de olas de calor que se observan unas dos semanas antes de que se produzcan en territorio nacional.
[bg_collapse view=”button-orange” color=”#4a4949″ expand_text=”Leer más” collapse_text=”Menos” inline_css=”width: 100%” ]La primera de estas dos “teleconexiones” atmosféricas es el ascenso de grandes masas de aire en el sector tropical del Océano Índico, sobre Indonesia. Esta “convección profunda” gatilla una onda en la atmósfera que se desplaza por el Océano Pacífico hacia América del Sur, llegando en unas dos semanas a Chile central. ¿Y qué provoca esta onda atmosférica? Pues favorece la intensificación de un anticiclón en el sur de Chile, que es la condición previa y normal necesaria para la generación de olas de calor.
Además se ha identificado un segundo precursor, que de producirse aumenta la probabilidad de que se genere el aumento de temperatura en el país. Se trata de otro cambio atmosférico, en este caso al sureste de África del Sur, también sobre el Océano Índico. Esta es una variación aleatoria -no regular como la primera- que también se desplaza por el Pacífico hasta Chile propiciando el anticiclón. Este último es un sistema de alta presión que despeja el cielo de nubes, lo que aumenta la radiación solar y calienta la atmósfera baja.
Las olas de calor suelen ocurrir hasta cuatro veces cada verano chileno y duran, en promedio, cinco días, según el análisis realizado por los investigadores para el caso de Chile central. Y cuando se producen, “en sectores precordilleranos y cordilleranos se promueve un viento del Este relativamente seco y cálido llamado Puelche”, explicó Jacques, integrante también del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2).
Gracias a esta metodología de observación atmosférica es que a comienzos de diciembre realizaron un pronóstico en que ambos precursores se activaron. El primero asociado a una convexión tropical profunda y el segundo denominado por Jacques y su equipo como sETI (Índice Extra-Tropical Estandarizado). Este último aumentó alrededor del 12 de diciembre, mientras que el primero ya estaba en una condición propicia para el evento. Ante ello, anticiparon la alta probabilidad de una ola de calor “navideña”, la que finalmente se produjo por algunos días desde el 24 de diciembre.
Pero eso no fue todo, pues los investigadores captaron una segunda señal precursora en el índice sETI el 28 de diciembre, por lo que sugirieron una alta probabilidad de que se produjera una ola de calor cerca del 10 de enero, la que también llegó. Esta se desarrolló un poco más al sur que la anterior, específicamente entre Chillán y Osorno.
La investigación comenzó con el respaldo de un proyecto financiado por el Fondo Nacional para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología (Fondecyt), en el que el climatólogo trabajó junto a los geofísicos Christian Segura y Daniel Veloso, y la tesista de pregrado Amanda Valencia. Todos del Departamento de Geofísica de la U. de Concepción. Actualmente existe una web en la que se monitorea experimentalmente estos índices atmosféricos, en la dirección https://www2.dgeo.udec.cl/shiny/hw-monitor/.
La importancia de estudiar y pronosticar olas de calor es que se pueden tomar medidas anticipatorias a sus efectos en las personas y los ecosistemas, como en la propagación de incendios forestales o el deshielo cordillerano y su efectos en los caudales de los ríos. “Por ello, avanzar en la identificación de precursores de las olas de calor es fundamental para la prevención y mitigación de sus impactos socioambientales negativos”, ha destacado el académico.
Jacques recuerda que ya hemos tenido olas de calor excepcionales, como las que fomentaron la propagación de los incendios forestales de enero y febrero de 2017, que arrasaron 570 mil hectáreas, excediendo en 10 veces el promedio histórico. Incluso el mismo 2017 se produjo un record de temperatura para Chile, llegando a los 42,2°C en Los Ángeles. Otros antecedentes recopilados por el doctor Jacques Coper muestran que en 2019 se produjo una ola de calor de 17 días en Curicó a fines de enero y luego otra que impactó desde Los Ríos hasta Magallanes a comienzos de febrero, marcando el récord de 38.5 ºC en Valdivia. Esta última está vinculada al incendio de Cochrane, que afectó más de 15 mil hectáreas.
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