En Chile no hay “vejez”, sino “vejeces”. Está visto que las vergonzosas jubilaciones que vuelven a los mayores dependientes de sus familias, los problemas de vivienda, las dificultades de acceso a la atención de la salud, la pertenencia a los estratos más castigados con menos oportunidades de envejecer, son solo algunos ingredientes de un entramado complejo. Desde la óptica de los afectos, por ejemplo, atender la soledad social de vivir solo o la soledad emocional que no se resuelve con una compañía, es también una prioridad.
Es cierto también que muchos adultos mayores no recurren a las redes de contención que ofrece el sistema, en parte porque éstas no siempre son las más adecuadas. Por otra parte, no deja de sorprender, tristemente, que las familias no extremen los esfuerzos para contener y acompañar afectuosamente a sus mayores al punto que cinco de cada diez refiere no sentirse valorado.
La vulnerabilidad y la necesidad del otro que se asocian a esta etapa de la vida, tantas veces signadas por enfermedades, se asemeja mucho a la de los recién nacidos, igualmente desvalidos si quedan librados a su suerte en solitario. De acuerdo a cifras de la Dirección de Desarrollo Comunitario de la Municipalidad de Chillán, refrendadas por el Registro Social de Hogares, hay 11 mil adultos mayores en la comuna que viven en hogares unipersonales, es decir, que viven solos.
A diferencia de lo que ocurre entre nosotros, para los orientales los mayores son figuras por demás respetadas y admiradas. La población más envejecida del mundo, la japonesa, promueve la provechosa vinculación de personas que transitan puntas opuestas de la vida: los geriátricos públicos comparten allí tareas, también espacios físicos en algunos casos, con orfanatos de niños. El interés nipón porque las personas prolonguen su independencia y productividad los condujo también a extremar los cuidados para evitar que continúe aumentando el número de los que mueren en la soledad de su hogar. Cuentan para ello, por ejemplo, con medidores automáticos de consumo de agua y gas conectados a centros de interpretación de datos, a fin de asociar alteraciones en el consumo con eventuales problemas.
Países como Holanda y Finlandia instrumentaron ventajosos programas para derribar el estereotipo que generaliza equivocadamente que a los jóvenes no les gusta la gente mayor y viceversa. Ofrecen así alojamiento económico a personas menores de 25 años dentro de hogares para adultos mayores con la condición de que les dediquen entre tres y cinco horas semanales. Entre nosotros, cabe destacar el valioso trabajo de voluntarios que visitan hogares de la tercera edad, brindándoles atención y contagiando su alegría.
Como sociedad nos comportamos en forma contradictoria: por un lado, buscamos afanosamente prolongar la vida y, por el otro, no nos hacemos cargo de adecuar la estructura social al nuevo orden. Debemos abocarnos sin demoras a diseñar e implementar alternativas innovadoras, ajustándolas a nuestra realidad, para mitigar los efectos económicos del envejecimiento poblacional y para atender psicosocialmente las necesidades de este segmento injustamente castigado. Indudablemente, va en ello nuestro propio futuro.