Informalidad laboral: leve baja

La cifra más reciente entregada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) revela que un 34,9% de los ocupados en Ñuble trabajan en condiciones de informalidad. Aunque esta tasa representa una leve mejoría en comparación con igual trimestre de 2024, cuando alcanzaba el 37,5%, sigue siendo la segunda más alta del país, solo superada por la región de La Araucanía (35,4%). Y, lo más preocupante, se mantiene considerablemente por encima del promedio nacional (26,0%).
Son más de 77 mil personas en Ñuble que desarrollan actividades económicas sin contrato formal, sin cotizaciones previsionales, sin seguro de salud, ni acceso a redes de protección. Detrás de ese número hay historias de esfuerzo, ingenio y adaptación, pero también de vulnerabilidad, desigualdad estructural y exclusión persistente.
El gobierno ha interpretado el crecimiento del empleo formal -un alza de 7,3% en doce meses- como una señal de fortalecimiento del mercado laboral regional. Efectivamente, se observa un avance, pero no es suficiente para revertir la alta dependencia de la informalidad como fuente de ingreso en Ñuble.
El problema de fondo es que no es simplemente un fenómeno transitorio o un desajuste momentáneo del mercado. Es una expresión directa de las brechas que arrastra la región en educación, conectividad, acceso a oportunidades formales y políticas públicas focalizadas.
En los años 70, el economista y sociólogo Keith Hart introdujo el concepto de “informalidad” para describir formas de subsistencia urbana fuera del alcance del Estado. Desde entonces, el fenómeno se ha interpretado tanto como una salida obligada frente a la exclusión, como una estrategia racional frente a un aparato institucional lento, caro o inaccesible. En Ñuble, ambas realidades coexisten. Hay quienes se ven forzados a emprender sin apoyo, y otros que optan por no formalizarse, ante un sistema que no parece ofrecer suficientes incentivos.
Sin embargo, las consecuencias son claras. La informalidad perpetúa una economía de baja productividad, limita la recaudación fiscal, debilita el sistema de pensiones y genera competencia desleal frente a empresas que cumplen con sus obligaciones. A nivel personal, los trabajadores informales tienen menos herramientas para enfrentar crisis, menor bienestar subjetivo, y una jubilación incierta.
Pero cuidado, no todo lo informal es sinónimo de precariedad. Muchas actividades informales entregan autonomía, flexibilidad horaria e independencia. Esto es particularmente relevante en zonas rurales como Ñuble, donde la cultura del autoempleo, el trabajo familiar agrícola o los oficios no regulados forman parte del tejido productivo. De hecho, en algunos casos, la formalización sin apoyo puede significar la desaparición de estas fuentes de ingreso.
Por eso, la respuesta no puede ser simplemente fiscalizadora. Se requiere una estrategia regional que combine políticas activas de fomento al empleo formal, especialmente para jóvenes y mujeres, y una reforma al sistema de formalización que lo haga más rápido y compatible con realidades rurales.