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El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó recientemente su publicación “Desarrollo Humano de las Comunas de Chile”, una actualización exhaustiva del Índice de Desarrollo Humano (IDH) a nivel comunal en todo el país.
El IDH evalúa el bienestar de una población considerando dimensiones clave más allá del crecimiento económico, tales como la salud (esperanza de vida), la educación (escolaridad) y el ingreso per cápita. Así, clasifica a las comunas en los niveles: bajo, medio-bajo, medio-alto, alto y muy alto.
El informe muestra que, en varias regiones del país, más de la mitad de la población reside en comunas con un IDH medio-bajo o bajo. En el caso de Ñuble, corresponde al 61% de su población, ubicándose en el tercer lugar del vergonzoso podio, después de Maule (80%) y La Araucanía (67%).
Los resultados confirmaron, además, las persistentes desigualdades territoriales y ofrecen una valiosa herramienta para entender las diversas trayectorias de desarrollo humano en las comunas.
En Ñuble, estas desigualdades quedan en evidencia al constatar que, de las veintiún comunas, catorce se ubican en el nivel bajo, seis en el nivel medio-bajo y una (Chillán) en el nivel medio-alto. En detalle, las que registran un nivel bajo son: Cobquecura, Trehuaco, Ninhue, Portezuelo, Quillón, San Nicolás, San Carlos, Bulnes, Pemuco, San Ignacio, Coihueco, El Carmen, Pinto y San Fabián, las que, en total, representan el 44% de la población de la región.
Destaca que la alta tasa de ruralidad es un denominador común entre estas comunas, reafirmando la relación que se observa entre ruralidad y pobreza, por ejemplo, o entre ruralidad y aislamiento, lo que, en la práctica, conlleva un menor acceso a bienes y servicios, como: colegios, centros de salud, agua potable, alcantarillado, electricidad, internet y transporte, entre otros.
Identificar estas brechas y avanzar en su superación es fundamental, porque es en las comunas donde las personas desarrollan sus proyectos de vida y acceden a la mayoría de los bienes y servicios, lo que significa que, en la práctica, el lugar de residencia es determinante en el bienestar.
Sin embargo, la mirada centralista que tanto se combatió cuando Ñuble era una provincia de Biobío es la misma que se expresa hoy entre las autoridades regionales, para quienes la ruralidad no pareciera estar entre sus preocupaciones.
En estas mismas páginas se han planteado las numerosas brechas de desarrollo que exhiben las zonas rurales de la región, por ejemplo, en materia de salarios, de educación, de infraestructura y de acceso a tecnologías, entre otras. Y si bien puede sonar injusto desconocer los esfuerzos de algunos servicios públicos por mejorar las condiciones de vida en las zonas rurales, es clave entender que una verdadera política de desarrollo rural debe ser mucho más que la suma de proyectos aislados, sino que debe definirse como una política de estado, con objetivos claros y ambiciosos, con lineamientos y estrategias, construida desde la visión de las propias comunas y no únicamente a partir de los estudios del Ministerio de Agricultura, es decir, debe plantear una mirada que integre todas las dimensiones del desarrollo, como la económica -las mayores brechas entre las comunas se reflejan en los ingresos per cápita-, con un énfasis especial en el desarrollo agrícola, dado que el agro es el principal motor económico y mayor fuente de empleos en las comunas rurales.