La identidad de una región y la de sus ciudadanos se construye según sus riquezas y flaquezas, de acuerdo con sus concepciones y a lo largo de un proceso histórico y cultural que va definiendo una personalidad que la hace única e irrepetible.
Pero a su vez, una región también genera un cierto tipo de ciudadano que ha nacido y ha crecido dentro de ella, de sus comunas, escuelas, colegios, universidades, plazas y barrios que la conforman.
Desde esta perspectiva, es también posible aunar voluntades para gestionar un plan estratégico que potencie nuestra identidad y la oriente hacia ciertos objetivos sociales y económicos.
Profundizando en este aspecto, podemos hallar en el sistema educativo algunas experiencias que buscan incorporar este atributo como materia de estudio.
Se trata de interesantes iniciativas, localizadas en algunos establecimientos, pero que aún no son suficientes para permear por completo el currículo escolar y por ende, a las futuras generaciones.
En tal sentido, sería deseable concebir este aporte desde una perspectiva más global, con bloques temáticos que incluyeran actividades productivas, artesanías y manufacturas; costumbres, juegos tradicionales; contexto histórico paisajístico; danzas; fiestas y celebraciones, creencias, mitos y leyendas y formas de organización social.
Aunque es evidente que la difusión de conocimientos sobre el patrimonio cultural será siempre un aporte importante para la educación de los jóvenes y, por carácter transitivo, del resto de la sociedad, queda la inquietud de si esto es suficiente para generar el capital social que Ñuble necesita para superar su rezago económico y social.
Sobre este último punto, el experto en desarrollo territorial, Sergio Boisier, plantea que la identidad también puede jugar un rol importante en cuanto promover tres principios que deberían encontrar eco en nuestro sistema económico: desarrollar productos globalmente aceptados y propios de la cultura local; proponer que cada localidad recurra a sus propios recursos y potencialidades para desarrollar estrategias que posicionen a sus productos en los mercados priorizados, e incentivar y promover nuevos liderazgos, así como la investigación y capacitación permanente.
Un modelo de desarrollo competitivo económicamente y anclado en aspectos identitarios es la fórmula que muchos países desarrollados han utilizado para que los diferentes territorios desplieguen sus mejores condiciones, esas que incentivan su autorrealización y al mismo tiempo hacen de ellas un instrumento para su crecimiento y el de su comunidad.
El ejercicio de dibujar un horizonte común requiere que nos animemos a mirarnos al espejo y describir qué vemos. Después de tal ejercicio, acaso no nos reconociéramos. Y por ahí, justamente, deberíamos comenzar: por reconocernos y advertir, de ese modo, nuestras fortalezas y debilidades. De ser así, el objetivo de alcanzar el esquivo desarrollo, ciertamente, podría estar más cerca de nuestro alcance.