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Histórica elección

Cristian Cáceres

Nuestro país vive hoy una crucial elección presidencial donde se enfrentan dos candidatos ubicados en los extremos del espectro político: José Antonio Kast y Gabriel Boric. El primero, en representación de una ultraderecha sin mayores complejos, muy al estilo del presidente brasileño Jair Bolsonaro. El segundo, como parte de una alianza de la izquierda más radical. Una difícil disyuntiva para millones de chilenos y chilenas, dado que los partidos más moderados -de derecha y centro-izquierda- no lograron pasar la primera vuelta.

Los analistas políticos, nacionales y extranjeros, no se atreven a predecir lo que ocurrirá, después de que ninguno de los aspirantes alcanzó el porcentaje de los votos necesarios en noviembre pasado. Y el panorama se complica aún más si se tiene en cuenta que en la primera vuelta la participación fue tan solo del 47%, y de acuerdo a varios sondeos, una cuarta parte de los 15 millones de chilenos que están convocados a votar siguen indecisos o no piensa votar hoy.

Algunos se abstendrán por indiferencia política o porque les da lo mismo quién gobierne; otros por escepticismo de que Boric o Kast pueda hacer los cambios que prometen, en medio de un modelo que consideran moralmente inferior o políticamente tramposo.

Esta apatía, si bien se puede explicar por los factores antes mencionados, en ningún caso se puede justificar, ya que la reducción de la participación electoral horada el sistema democrático en su conjunto, pues deja en manos de unos pocos la responsabilidad del mandato, lo que contradice la base del sistema de representación que se utiliza en Chile desde los albores de la república y completado en 1949, año en que se aprobó el voto femenino para las elecciones presidenciales.

Dejar en manos de otros la decisión respecto de quién debe gobernar los destinos del país durante los próximos cuatro años equivale a menospreciar el largo camino que han debido recorrer los luchadores democráticos en la historia de Chile, desde los hermanos Carrera, pasando por Luis Emilio Recabarren y las sufragistas, hasta Eduardo Frei Montalva.

Es cómodo e irresponsable rehusarse a participar en un proceso trascendental, puesto que la lógica de los sistemas de representación democrática se basa en la definición de las mayorías, sin embargo, cuando existe una baja participación, el concepto de mayoría se distorsiona y ello abre un flanco de crítica respecto de la legitimidad de los gobernantes electos.

Ciertamente, una democracia es mucho más que sus elecciones, pero sin ellas nada de lo demás es posible; son la mínima expresión del gobierno del pueblo, a través de la cual este puede, al menos, cambiar periódicamente a sus gobernantes.

Puede usted optar por quedarse en casa. El voto voluntario tiene la ventaja de no forzar al elector indiferente a expresar una preferencia que probablemente sería irreflexiva cuando las alternativas en juego le parecen irrelevantes. Pero lo que se decide hoy está muy lejos de serlo.

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