El deber primero y más sagrado del alma, es seguir el camino profundo de su gozo más pleno y obedecer a la propia voz interior. Cueste lo que cueste; de lo contrario, frustraríamos el don de la vida al traicionar la novedad que Dios quiso instalar en el mundo con nosotros. Una vez en México escuché este consejo que un médico daba a una joven mujer, que insistía en seguir una gris vida de pareja mediocre y frustrante: ”Si te estás quemando a causa de que la realidad no cuadra con lo que persigues, entonces, ¡saca las nalgas del sartén caliente de tus creencias!”. Antes de hacer nada, entonces, primero hay que aclararse y resolver dejar de hacer lo que nos amarga, daña o destruya. Detenerse, identificar las creencias limitantes y luego ser coherente con tus acciones: si no nos gustan los rábanos, ¡para la siembra de rábanos!
Diego Maradona fue el mejor en el ámbito del fútbol porque siguió su voz interior y fue absolutamente fiel a ella. Si la pelota nos llama, -o si el piano, la política, la enfermería o la jardinería, da lo mismo- entonces duerme con ella, levántate, ve a la iglesia con ella, anda hasta el baño en su compañía. Por aceptar su don, Maradona –pero también Elvis Presley, Rommel o Evita Perón- fue un artista popular sofisticado elevándose al nivel de ídolo y de mito. Y lo fue porque se entregó a su daimon, a su genio; porque sirvió a su demonio o “ángel” que lo cohabitaba, el que se manifestaba cada vez que pisaba una cancha de fútbol. Lo mismo puede ver en México en la persona de Juan Gabriel: aunque no compartieras su música, aunque te pareciera un “cantante cebolla” por sus temas de emocionalidad desgarrada, una vez que pisaba el escenario, “el divo de Juárez” arrollaba, seducía y terminabas aplaudiendo eufórico totalmente conquistado. Diego era alguien que hacía posible lo imposible pero que nunca hacía que pareciera fácil. Aquello que pasaba entre él y la pelota –aunque parecía lógico y fácil- no era normal, como no parece normal lograr ejecutar el estremecedor Carmina Burana de un Carl Orff. Pero a veces un don de esa dimensión es terrible. Truman Capote escribió que, cuando Dios da un don, también entrega un látigo. Claro, el látigo aparece porque, los efectos del don que enamora, lleva a su sirviente a perder la brújula. Porque nadie lo prepara `para la fama, o el poder o el dinero a raudales. Se trata de un monstruo tipo hidra: es insaciable.
Todavía hoy nadie se explica cómo un jugador de 1,65 era tan fuerte, golpeaba a defensores más grandes que él y aún así se enfrentaba a ellos cuerpo a cuerpo. Parecía que crecía, y de hecho crecía, cuando se echaba a todo el equipo al hombro. Nosotros nos explicamos este fenómeno a causa de ese gemelo invisible del alma. Cuando éste, el daimon, la vocación que al parecer escogimos antes de nacer, es claramente servido, hasta los enemigos caen rendidos a sus pies. Es lo que le pasaba a Arturo Alessandri que se daba el lujo de insultar a las masas, a su “chusma inconsciente” que al final lo aclamaba furibunda. Si nosotros nos aprobamos, automáticamente el otro nos aprueba. Se produce una vibración en cadena con el entorno, por contagio vibratorio, tal como la irradiación de las ondas que en un cuerpo de aguas se desplazan en círculos concéntricos. El agua de nuestras células automáticamente registra en su estructura el tipo o carga de vibración mental-emocional de nuestra aprobación o desaprobación.
No nos sentimos merecedores de lo que somos. Mientras más resistencia mental y emocional a la llegada de las cosas, mientras más limite uno pone a su presencia, más difícil va a ser que lleguen dichas cosas. Los miedos retardan la determinación de sentirnos merecedores. Crear es un gozo cuando aceptamos el talento que no dieron y sin miedo nos entregamos a él aunque dudemos si mañana obtendremos ingresos. La llegada de las cosas –comer y vestirnos incluidos- está en directa relación con la eliminación del miedo. Valdano, compañero de Maradona y ya entrenador decía: “El mejor jugador es el que nunca intenta lo que hace mal; debemos hacer que las virtudes se sientan cómodas” El miedo nos vuelve conservador y nos quita la audacia.