Señor Director:
Vittorio Corbo, uno de nuestros economistas más calificados, prestigioso académico de la Universidad Católica, dijo
hace un tiempo: “Quisiera hacer un gran negocio: comprar a Chile en lo que los chilenos dicen que vale y venderlo en
el exterior al precio que los extranjeros saben que vale”.
Don Vittorio conoce al país y al mundo.
Pablo Neruda dejó escrito que si le hubiese tocado nacer en otro país, se habría negado a nacer. También sabía del
país y del mundo.
A la sombra de estos talentos, me pongo con humildad para decir que ser chileno forma parte de lo mejor de mi vida.
Por eso, cuando comienzo a caminar hacia los 90 y, con el futuro incierto, pensando que tal vez las próximas Fiestas Patrias
podrían ser las últimas, siento la necesidad de dar gracias a Chile por haber nacido en su historia y disfrutar de la obra de
sus mejores hijos: escritores, artistas, científicos, técnicos, empresarios, políticos, militares, religiosos, trabajadores; dije,
de sus mejores hijos porque hay muchos ganapanes que no salen de su metro cuadrado y nunca conjugan derechos con
deberes ni compromisos con la República. También hay otros, pocos, pero bulliciosos, que se avergüenzan de todo lo que
ha construido la nación y escarban en basureros ideológicos piezas descompuestas por el fracaso.
En septiembre, con estallido de pájaros, guitarras y voces que se agitan, cuecas bien zapateadas, desfiles militares
con tradiciones invictas en las mochilas, bocadillos irrenunciables, la bandera en el mástil de la república multiplicada
por miles en infinitos lugares, doy gracias a Chile.
Gracias al cielo azulado, blanca montaña, generoso océano, campos bordados, noble vino que me acompaña en
las penas y alegrías. Vienen a la memoria versos muchas veces escuchados: “Chile, Chile lindo, lindo como un sol, aquí
mismito te dejo, hecho un copihue mi corazón”.
Alejandro Witker
Historiador