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Señor Director:
Estamos a pocos días de realizarse en Paris una nueva olimpiada, la fiesta más grande del mundo, una verdadera conquista de la
civilización. La fiesta se inició en la antigua Grecia, estuvo suspendida por siglos hasta que revivió a fines del siglo XIX y, con sobresaltos,
ha podido llegar hasta nuestros días.
Deportistas de muchos países compiten bajo el viejo lema: “Lo importante no es ganar sino competir”. Competencia ayer para
ganar una corona de flores y hoy medalla de oro, plata y bronce. Galardones que contrastan con las millonadas que deslumbran en
los deportes profesionales. ¿Habrá algo más noble y hermoso que el “internacionalismo deportivo” solo motivado por la gloria de la
victoria?. Mientras miles de atletas se han preparado años para competir, algunos “pedagogos progresistas” quieren eliminar las notas
en los colegios, incluso, acabar con los premios a los mejores alumnos, todo en nombre de un igualitarismo que conduce a estigmatizar
a los talentos frente a los mediocres.
Esta pedagogía “progresista” condena los éxitos individuales y promueve un colectivismo donde lo ideal es que no sobresalga nadie,
así, grupos ideológicos pueden manipular mejor a los grupos sociales.
Con la lógica de estos pedagogos, habría que terminar con las olimpiadas que premian a los mejores, cuando lo más inteligente es
aplicar el método de los premios en la ciencia, tecnología, artes y empresas. ¡Viva la desigualdad olímpica que premia a los mejores!
Alejandro Witker
Historiador