El ejercicio de observar el comportamiento de los peatones chillanejos deja evidencia más que suficiente para afirmar que existe casi nula educación de tránsito y una preocupante inclinación de hombres y mujeres, jóvenes y mayores, a comportarse de manera temeraria. Esta inconducta se reproduce en toda la región y explica en buena parte el hecho que la cifra de muertos por atropellos promedie los 25 los últimos 10años, de los cuales al menos el 95%, según revelan los informes policiales, fueron por culpa fue del peatón.
Según la Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (Conaset), en los últimos 4 años en el país hubo 61.400 atropellos, 32.762 lesionados y 2.769 víctimas fatales, con 587 muertes el año pasado. La misma entidad ha identificado las infracciones más repetidas: cruzar sorpresivamente (58%), pasar con luz roja (43%), atravesar una avenida o carretera por la calle en vez de la pasarela (29%) y transitar bajo los efectos del alcohol (12%).
Es evidente que el transeúnte está indefenso, aparentemente, frente a los excesos de ciertos conductores de vehículos que no reparan en su propia seguridad y menos aún en la ajena. Sin embargo, llegado el momento de explicar aquellos alarmantes porcentajes, los expertos en seguridad vial subrayan que la desobediencia es generalizada: ya sea por ignorancia, desidia, indiferencia, imprudencia o culposa e intencionada rebeldía, los peatones suponen que están al margen de las reglamentaciones de tránsito. Daría la impresión de que infieren, erróneamente, que se les aplican todos los derechos y están eximidos de obligaciones.
No se trata de un detalle desconocido. Basta con detenerse en las múltiples situaciones que son apreciables a simple vista en todas las avenidas y las calles de la ciudad, desde las más concurridas hasta las menos pobladas.
Para empezar, los peatones hacen caso omiso de las indicaciones de los semáforos. Atraviesan las calzadas incluso a pesar de que la luz roja les esté franqueando; a veces, hasta lo hacen en actitud desafiante, como si estuviesen muy urgidos por la prisa o, peor, como si enfrentasen al tránsito automotor para forzarlo a aminorar la marcha o detenerse.
La inexplicable rebeldía es imitada por quienes desprecian la senda peatonal y cruzan por donde se les viene en gana y casi siempre a mitad de cuadra, en diagonal, o hasta dándole la espalda a los automóviles o zigzagueando entre ellos.
Esta suerte de desafío cotidiano es muestra expresiva de una preocupante carencia de cultura cívica. En otros países, las disposiciones viales son acatadas en forma rigurosa y el que las viola se atiene a la sanción que pueda caberle.
Obviamente, se trata de una cuestión de educación vial, materia que, al parecer, yace en el más inexplicable de los olvidos.
Cuando en el conjunto de la sociedad se haga patente vincular el respeto absoluto por la normativa vigente con la convivencia, empezarán a revertirse las contundentes estadísticas que ahora dan cuenta de una absurda cantidad de muertos, heridos, discapacitados físicos de por vida y pérdidas materiales que anualmente deparan los accidentes de tránsito.
Hasta llegar a ese objetivo, sería positivo el afianzamiento de medidas punitivas eficientes y efectivas, que paradójicamente existen en nuestra legislación, pero que inexplicablemente no son aplicadas.