Se ha aprobado en general, en la Cámara de Diputados, un proyecto de ley sobre eutanasia o “muerte digna”, que permite que, bajo ciertas circunstancias, una persona decida y solicite asistencia médica para morir. Algunos lo han celebrado como una señal de progreso en materia de derechos individuales, pero hay que tomarse más en serio la discusión. A veces la política aborda temas con “calculadora electoral”, azuzada por “lo popular” que sería una medida, pero esto es más serio que lo que dicta la “opinión pública”.
La eutanasia es una acción u omisión con el fin de causar directamente la muerte. Quienes la propugnan, la consideran legítima para acabar con una vida intolerable a causa del dolor. Al hacerla ley, el Estado estaría obligado a ofrecerle al enfermo los medios para que pueda ejercer su “derecho a morir”.
Lo primero que todos tenemos que promover, es que la sociedad ofrezca a los enfermos los cuidados paliativos para sobrellevar de la mejor forma la enfermedad. Hay que acompañar integralmente para curar, aliviar y consolar. Esto es tarea de la medicina, pero también de otras instancias. Desde la espiritualidad, hay que ofrecer también la esperanza que surge de la fe, porque el ser humano también es espiritual, no solo corporal. Nadie plantea dejar solos a los enfermos en su dolor, y la medicina ha hecho avances enormes para mitigarlo.
La pregunta es si es lícito causar la muerte directamente, incluso con la buena intención de acabar con el dolor. Y aquí es cuando hay que sostener que una buena intención no basta. Incluso puede ser admisible aplicar medicamentos contra el dolor que, como consecuencia indirecta, abrevian la vida, pero pretender la muerte directamente es contrario a la dignidad humana. Hay atajos que nunca es lícito seguir, porque la persona degrada su dignidad. Una intención buena como una supuesta compasión no legitima una acción mala. Acabar con una vida no puede ser una solución.
La eutanasia, por otra parte, traspasa límites muy delicados. Una persona enferma grave es alguien vulnerable, a menudo sumido en el desánimo, sintiéndose una carga para su familia. ¿Es legítimo cargar sobre ella la responsabilidad de decidir su eventual muerte? ¿Puede decirse que esa persona es enteramente libre para tomar ese tipo de decisiones? La existencia legal de la eutanasia puede convertirse en una presión indebida para muchos enfermos.
Otro límite que traspasa la eutanasia es sobre la identidad de la función médica. La medicina está llamada a curar, a aliviar, nunca a provocar intencionadamente la muerte. ¿Cómo se compatibiliza la existencia de la eutanasia con la vocación médica? Mucho tienen que decir aquí los profesionales de la salud.
La eutanasia, además, fomenta una cultura del descarte. Aunque se plantee para casos muy excepcionales, lo que tantas veces comienza como una excepción, termina aplicándose luego más masivamente.
La libertad y el discernimiento del ser humano es muy veleidoso y ambiguo. ¡Cuántos instrumentos ha creado el hombre con buena intención que terminan causando daño a los demás y su propia dignidad! Estoy convencido que la eutanasia relativiza el valor de la vida y fomenta una cultura del descarte de los más frágiles. ¿Dónde estará el límite después?