Estilos opuestos
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Las destempladas declaraciones del ministro de Economía de Argentina, Luis Caputo y del Presidente Javier Milei en contra del Presidente Gabriel Boric, y la posterior respuesta del Jefe de Estado chileno, revelan claramente dos perspectivas de la política y de su ejercicio, distintas y opuestas: la confrontación y el debate democrático.
Podríamos decir que cada una de estas visiones y formas de hacer política encarnan distintas visiones del mundo e incluso distintas posiciones existenciales. La primera, que tiene una creciente legión de seguidores en nuestro país, centra su mirada en el adversario o en los muchos adversarios que necesita recrear constantemente para alimentar su estructura de sentido. La tarea es enfrentarlos y vencerlos. La segunda, en cambio, cree que su misión es reconocer las diferencias y debatir hasta lograr acuerdos que permitan implementar políticas públicas y acciones que beneficien a la mayor parte de las personas.
En la política de la confrontación los recursos se ponen a disposición de la batalla por el poder, mientras que en la política de acuerdos el talento está puesto al servicio de la creación de nuevas realidades, superando las diferencias ideológicas. En la política de confrontación el poder es el verbo central, un poder cuyo sentido está resumido en sí mismo y en su auto reproducción. En la política tolerante y constructiva se trata, en cambio, de intentar ocupar el lugar del poder porque es desde allí que se organiza la sociedad. Si hay confrontación, es secundaria, el fin es mejorar la vida concreta de las personas, generar oportunidades para todos y todas.
Lamentablemente, hoy en nuestro país vemos muchos líderes que adhieren a la primera, expresada en reiteradas zancadillas y juegos de palabras que soslayan las tareas de mayor importancia que debe acometer nuestro país. Dicen A y salen con B. Las propuestas de cambio son desacreditadas prematuramente y si llegan a aprobarse son “en la medida de lo posible”, es decir, con las condiciones que los grupos de interés -que controlan a los partidos políticos y al Congreso- permitan. Se acuerda algo hoy y se cambia mañana, y se negocia a espaldas, en muchos casos, de la ciudadanía.
Pero Chile necesita todo lo contrario, y que la energía que se destina a la confrontación y a alimentar las divisiones se ponga en función del desarrollo y por lo mismo, se requiere de líderes políticos que encarnen una mirada propositiva y futurista. Una visión de Estado que sea independiente del ciclo político y que ofrezca al país una hoja de ruta para el largo plazo.
La frase con que el presidente Boric le respondió a Milei (“los presidentes pasamos, pero las instituciones y los pueblos quedan”) tiene total vigencia para enfrentar dificultades que hoy tiene nuestro país como la inseguridad y las bajas pensiones, que solo serán superadas al cabo de un ejercicio sistemático de diálogo y acuerdos que den paso a políticas con visión de Estado que no se agoten en un período presidencial.
Es célebre la máxima que señala que “la diferencia entre un político y un estadista es que el político piensa en la próxima elección, y el estadista piensa en la próxima generación”. Quienes así lo hagan, del sector político que sean, deberían tener muchas más oportunidades de elevar su imagen pública y lograr adhesión ciudadana que quienes prefieran alimentar las divisiones y la confrontación.