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Estado de Catástrofe y resiliencia

Cristian Cáceres

Se destaca positivamente la decisión del gobierno, oportuna esta vez, de declarar Estado de Catástrofe en las regiones afectadas por el sistema frontal -desde O’Higgins a Biobío- y que solo en Ñuble ha dejado 619 personas aisladas, 143 evacuadas y 62 albergadas por las inundaciones, además de una treintena de rutas con cortes y un número aún no cuantificado de productores agrícolas con distintos grados de daño en sus actividades productivas, principalmente praderas y hortalizas.

Se trata de la segunda vez en menos de dos meses que se recurre a esta herramienta que permite agilizar la entrega de ayuda por parte del Estado, ya que, como se recordará, el 24 de junio pasado, cuando la zona centro-sur del país estaba enfrentado un crudo frente, el gobierno tomó la misma decisión.

Fue el propio presidente Gabriel Boric, quien informó la medida, que permite contar con mayor cantidad de recursos y de manera más fluida, con el objetivo de ayudar a las familias y agricultores que se han visto afectados por las intensas lluvias. En ese sentido, el mandatario dio a conocer una serie de ayudas concretas que ya se están entregando a las personas que han sufrido con la emergencia.

Desplazado en terreno desde el domingo, el presidente precisó que, desde el 4 de septiembre se comenzará a pagar el bono para agricultores afectados por el sistema frontal.

Asimismo, Indap dispuso recursos para poder recuperar canales y obras de riego y preparar la temporada de riego 2023-2024, un desafío no menor considerando los daños que se registraron en junio pasado en la mayoría de las bocatomas.

A pesar de las millonarias cifras movilizadas por el Estado para ayudar a los afectados y restablecer la conectividad, no hay duda que el mayor costo lo deben asumir los particulares, grandes y chicos, quienes deben reponer lo perdido, que, en los casos más extremos, puede ser todo.

En ese sentido, existe también un desafío mayor en materia cultural, que introduzca el concepto de resiliencia en el desarrollo de cualquier actividad, ya sea el emplazamiento de las construcciones, en la planificación territorial -cuando exista-, en la agricultura, en el turismo y en el diseño de obras viales, entre otras.

No es un misterio que el cambio climático nos brindará, cada vez, con mayor frecuencia, eventos meteorológicos extremos, como intensas precipitaciones con alta isoterma cero, que derivan en crecidas de ríos e inundaciones. Por ello, comenzar a adaptarse a este nuevo escenario constituye un desafío clave para reducir los niveles de riesgo en un futuro cercano, lo que exige cambios culturales importantes, como avanzar hacia una planificación territorial resiliente, fomentar el uso de los seguros, perfeccionar la capacidad predictiva, fortalecer las entidades de gestión de emergencias y ejecutar obras de infraestructura que permitan reducir eventuales daños, por ejemplo, en taludes de caminos y en riberas de cauces. Para ello, el uso de nuevas tecnologías que faciliten la identificación de puntos críticos y que contribuyan a facilitar el levantamiento de información puede ser clave tanto en la prevención como en la respuesta.

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