Espíritu navideño
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Es muy probable que la ciudadanía esté un poco cansada de escuchar hablar de la Navidad. Quizás para muchas personas recordar el nacimiento de Jesús no tenga mayor significación. Sin embargo, resulta prácticamente imposible no referirnos desde estas páginas a una celebración tan importante para el mundo occidental.
Existe un gran espacio y por ende muchas y diversas oportunidades para que cada persona encuentre una manera diferente de festejar, sin tener que dejarse arrastrar por la corriente de la obligación de consumir más allá de lo necesario y de lo que efectivamente las personas están dispuestas a gastar.
Cuando se piensa en aquello que puede hacer feliz al otro o que necesita realmente, principalmente en el caso de niños y jóvenes, cuando se combina esa entrega de amor con un presente material -que cumple además el objetivo de expresar esos sentimientos que con palabras nos cuestan decir o que nos ayuda a acercarnos sinceramente a alguien-, cuando un regalo es el premio a un sacrificio o esfuerzo escolar, la Navidad alcanza un sentido diferente que el sólo hecho de regalar.
Muchas veces los padres de familia cometen el error de tratar de expiar algunas culpas haciendo regalos a sus hijos que o son innecesarios o les implican deudas inmensas para satisfacer gustos infantiles o adolescentes, que no suplen ni la falta de tiempo no entregada durante el año, ni las ausencias a ciertos eventos importantes en la vida de los hijos, ni los malos tratos tanto físicos como verbales que pueden haber sufrido.
Si ese regalo costoso no va acompañado de una palabra de perdón sincero, de un deseo de cambiar; sólo durará el rato de entusiasmo del producto, hasta que deje de ser novedad. En cambio, con un gesto de arrepentimiento, un esfuerzo consciente por no cometer nuevamente aquellos actos que hacen sufrir a la pareja, al amigo, a los padres, al compañero de oficina, se está viviendo la Navidad.
No se trata de dejar de lado la solidaridad que en ciertas fechas especiales como ésta se practica y que sin duda constituye un acto de amor importante, sino que a esos actos materiales, positivos y necesarios, también se le deben agregar acciones que signifiquen un esfuerzo personal o familiar de dar a otros tiempo, cariño, amistad, compañía, consuelo u otras actitudes de donación personal.
Si el espíritu navideño fuese asumido en plenitud en los niveles de conciencia que determinan los múltiples comportamientos individuales y sociales, muchos espacios actualmente ensombrecidos por situaciones de conflicto o malestar se iluminarían, probablemente, con expresiones renovadas de solidaridad, de fraternidad social y progreso.
La Navidad genera un tiempo propicio para la reconciliación y la paz, para curar heridas y cerrar agravios, para descubrir horizontes abiertos a la construcción de un renovado humanismo o hacia nuevas y compartidas manifestaciones de esperanza y fe.