No hay día que no transcurra sin los mal llamados “accidentes viales”, pues algo evitable no es un accidente. Por este motivo, la concientización y el trabajo de prevención son herramientas valiosas para reducir las abultadas estadísticas que estamos construyendo en la región.
A la fecha, la cantidad de personas fallecidas por accidentes de tránsito en Ñuble se elevó a 40, cifra no muy distante al año pasado y a 2022, pero con la particularidad de que más de un tercio ha muerto desde el inicio del invierno, el pasado 21 de junio.
A su vez, de los 12 siniestros fatales de esta temporada, ocho ocurrieron entre las comunas de Ñiquén, San Carlos y San Nicolás, es decir en los primeros 51,2 kilómetros de la Ruta 5 en territorio regional.
Allí, la combinación de varios factores (rectas largas, horas de manejo, población rural, escarcha) han influido en resultados trágicos, pero como se viene repitiendo una y otra vez a lo largo de los últimos años, las investigaciones policiales posteriores han determinado también innumerables inconductas y faltas a las reglamentaciones de conducción por parte de las propias víctimas, a lo que habría que agregar la desidia de organismos públicos y empresas concesionarias que no han logrado entender los comportamientos de traslado de las comunidades que viven a orillas de las rutas.
Hasta aquí el problema cultural de una sociedad irresponsable, con un evidente desprecio por la vida. Pero hay otras respuestas y esas las dan los técnicos, quienes en el caso de la alta tasa de atropellos apuntan a la falta de pasarelas en las carreteras y de pasos habilitados en el resto de los caminos transversales que conducen a sectores rurales de Ñuble.
El Estado, lo mismo que las empresas concesionarias, según sea el caso, deben asumir que los costos de obras de conectividad y seguridad vial en zonas rurales hay que calcularlos con indicadores de rentabilidad social distintos a los de las áreas urbanas. Conductores y peatones, en tanto, deben ser conscientes que el efectivo cumplimiento de las normas de seguridad vial evitaría un alto porcentaje de los siniestros que hoy lamentamos.
En definitiva, a la luz de las últimas estadísticas, que no hacen más que ratificar una realidad ominosa (víctimas mortales y heridos con secuelas graves), se hace perentorio poner fin a esta verdadera epidemia de accidentes viales que estamos sufriendo este invierno los ñublensinos.
La experiencia de otros países y la opinión de los expertos indican que el problema debe ser enfrentado con diversas medidas necesariamente integradas, producto de una formulación previa de objetivos y políticas globales en torno del tema, donde la permanente educación vial es clave.
Como puede advertirse, estamos ante un fenómeno complejo y la necesidad de una pronta reacción compete a todos, a cada uno en su campo de acción, por modesto que sea. Recordemos: si se puede evitar, no es un accidente.