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Señor Director:
Mientras un tímido sol de agosto se esfuerza por hacer florecer los aromos; en un oasis de calle Schleyer una lámpara interna fue lentamente apaciguando su luminiscencia entre dulzuras y mimos filiales, obscureciendo finalmente íntegramente la atalaya de una mujer impactante.
Chillán ha sufrido la pérdida de una de sus hijas. Una que fue profeta en su tierra. Una que cultivó ilusiones, plantó árboles, escribió libros, dio a la patria hijos y con tesón y esmero, contribuyó desde la grandeza de su porte y de su alma a formar a otras miles que en su función, primero docente y dirección comprometida luego, le impuso su vida -escogida por lo demás- como hermosa misión.
Chillán, ha perdido físicamente a la señora Ena del Carmen Ferrada Ortiz, una mujer de letras y de acción. Firme como el diamante en sus determinaciones, atenta y cordial con sus afectos y bálsamo orientador a quien la requiriera.
Ella, un faro de sabiduría y cultura que iluminó las aulas del Liceo de Niñas de Chillán y una fuente de afectos que persistirá en las palabras que inspiraron y en las mentes que formó, y que hoy se expanden por todo el territorio nacional y fuera de él.
En sus múltiples e ilimitadas virtudes y en sus humanas imperfecciones, fue la señora Ena una férrea defensora de sus principios e ideas, una maestra que en su actuar integral e integrador nos posibilitó a muchos, grandes aprendizajes, para bien hacer, como para no hacer; sellándonos a fuego su cuño; legado imborrable para quienes crecimos con su figura de modo cercano y para quienes Dios y la vida nos posibilitó formar parte de su existir al ser además, una fracción de su familia.
Desde la nueva dimensión que la acoge, brille para ella la luz de la eternidad.
Marcela I. Ortiz Varas