La acción de invadir un país por otro es el efecto de unos pasos y de unas decisiones precisas. Y en esto de manipular sus motivos y de ambicionar ciertos objetivos a costa de destruir vidas, sueños y recursos, “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz”, decía Jesús. Ya lo vemos en la fría planificación de administrar la pandemia para así destruir economías emergentes y volver más ricos a quienes controlan el mundo, por ejemplo. Pero, aunque a veces se nos olvida, es sabido que las cosas no pasan solas. Porque soy yo el llamado a hacer la parte que me corresponde -es decir, todopara que ellas pasen, aunque en ello parezca obsesivo o compulsivo. Mover, movilizar, gestionar, actuar, articular, llamar, pedir, son los verbos clave para conseguir los resultados que una persona cualquiera -aunque no sea Putin ni Xi Jinping- requiere conjugar si es que quiere conseguir un tipo de resultado. Porque es preciso desilusionarse de una buena vez: ¡nadie se va a mover por uno!
Las cosas que le interesan a una persona determinada no las va a hacer un “alguien” venido exprofeso a facilitarnos la tarea. Vale decir, para todo se requiere un plan muy concreto, una muy activa apuesta, una atención prolija, un tipo de gestión, un tipo de “venta” personal. Se desprende que las personas vivimos un tipo de guerra constante, porque la vida misma es una lucha ya que la “guerra es la madre de todas las cosas” (Heráclito). ¿Pero contra quién o quienes es este tipo de guerra? Es una lucha contra uno mismo. Tantas veces se requiere ser insistente, no “tirar la toalla” y persistir hasta el final, aunque nos tilden de “pesado”, obsesivo o “cargante”. Se trata de luchar en primer lugar contra el enemigo interno que “nos atornilla al revés” y que desea evitarse todo conflicto. Es una lucha diaria contra los propios malos hábitos, contra los estados de ánimo a los cuales hay que sobreponerse, lucha contra los relajos autocomplacientes y abandonos justificadores de la flojera o laxitud; lucha contra los derrotismos pesimistas, los cálculos interesados en ver realizadas las más funestas profecías autocumplidas, lucha con las propias ignorancias y cegueras, las faltas de tino, de atención fina, de tacto, de escucha, etc. Por lo tanto, la lucha presenta algunas fases reconocibles en el día a día.
Un gran maestro y gurú indio, Paramahansa Yogananda lo sintetizó magistralmente: “La vida es una serie de luchas entre el Espíritu y la materia, entre el conocimiento y la ignorancia, entre el alma y el cuerpo, entre la vida y la muerte, entre la salud y la enfermedad. Lucha entre lo inmutable y el cambio, entre el control propio y la tentación, entre la discriminación y los sentidos. Es el permanente combate entre la sabiduría y la ilusión; la sabiduría trata de expresarse conscientemente y la ilusión que lucha por frustrarla y por imponer la conciencia de los sentidos. En la creación, es la lucha entre el espíritu y las expresiones imperfectas de la Naturaleza”.
El mundo no cambiará sus perversiones con medidas políticas, menos si estas son globales. Ni siquiera con las mejores y bien redactadas constituciones del planeta. La estrategia para el cambio siempre ha sido una sola: la guerra autodirigida con foco en el enemigo interno. Esto significa que primero que nada es preciso conocer sus propias debilidades. Luego tomar conciencia de esas que llevan a trastornos de nuestra mente interpretativa, esa mente siempre “loca” por estar corporalmente deslocalizada. Porque el mal juicio, trastorna directamente nuestro ánimo emocional y así embota todos nuestros recursos energéticos. Vale decir, ¡declárate la guerra a ti mismo para obligarte a avanzar! Se sigue una conciencia del perfil del enemigo interno: averigua en qué y por donde eres vulnerable, hazte un Foda interno. Vendrá luego extirpar tus peores opiniones y renovar la mente –tácticas de re-encantamiento- cada vez que tu te estanques. En concreto, tu Ser libra una inclemente y continua batalla con los enemigos dentro de ti, aplicando ciertas precisas tácticas y unas sistemáticas estrategias de cambio. Porque como nada nos parece urgente, solo nos involucramos a medias en el cambio. Y mientras, los tanques del veneno del error y los misiles de la tristeza asfixiarán todo el jardín de tu alma.