Señor Director:
Argentina es un gran país. Una de las agriculturas más importantes del mundo. Una clase media ilustrada y numerosa. La Universidad de Buenos Aires está entre las mejores de América Latina. Existen centros de investigación científica de primer orden. La política ha sido un desastre y fuente principal de graves dificultades económicas. Como si fuera poco, tenemos una vecindad de miles de kilómetros, nuestras repúblicas partieron juntas y nos unen múltiples lazos comerciales y turísticos.
Hemos tenido conflictos fronterizos, queda uno pendiente en campos de hielo y las relaciones en la Antártica suelen tener complicaciones cartográficas, una vecindad que requiere conocimientos, experiencia y prudencia. La embajada en Buenos Aires tiene una importancia estratégica.
Se ha tenido cuidado en escoger buenos nombres para servir el cargo. En el gobierno de Bachelet, se designó uno que pronto no dio el ancho ni el largo y se cambió por uno de lujo: José A. Viera Gallo.
En este marco, se inscribe la inquietud por el reciente nombramiento. No se trata de menospreciar el sindicalismo, sino de situarlo en el lugar que corresponde. El sindicalismo no es una escuela para relaciones internacionales.
Estamos frente a una designación absolutamente desafortunada que puede costarnos caro, no solo por la ignorancia, sino también por cierto estilo propio de una escuela de conflictos y de lenguaje muchas veces descomedido.
Recientemente, la flamante embajadora fue invitada a una recepción en la embajada Argentina en Santiago. Se presentó con zapatillas y bluejeans como si fuera a un mitin de la CUT, mostrando con violencia no tener la menor idea en qué mundo deberá desempeñarse. Un diplomático de carrera de la cancillería, conocedor del incidente, exclamó: ¡Qué barbaridad!
Dr. Alejandro Witker
Historiador