El vínculo que unió la consagración mundial de Mistral con Chillán

El próximo 10 de diciembre se cumplen 80 años desde que Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel de Literatura, convirtiéndose en 1945 en la primera mujer latinoamericana en obtener el máximo galardón de las letras. El mundo la celebraba desde Estocolmo, pero la poetisa, que en ese momento se encontraba en Brasil, mantenía un lazo emocional, epistolar y simbólico con Chillán, una ciudad que la había marcado profundamente siete años antes.
La relación entre Mistral y Chillán suele aparecer como un episodio lateral en su biografía, pero nuevas miradas permiten situarla como parte de su universo afectivo. En su visita de 1938, la Nobel no solo recibió el cariño de docentes, estudiantes y vecinos, sino que también estableció conexiones con personajes locales, entre ellos el joven chillanejo Joselín Robles, un autodidacta precoz con talento para escribir cartas que cruzaban fronteras.
Robles, quien murió con solo 22 años, mantenía correspondencia con figuras de la época, entre ellas Miguel de Unamuno. La evidencia de ese vínculo persiste hasta hoy: la Casa-Museo Unamuno, en Salamanca, conserva una carta en la que el joven chileno se presenta como un coleccionista de autógrafos. Allí, en una caligrafía ingenua y llena de faltas ortográficas, le cuenta al filósofo español que ya posee firmas de varias celebridades, entre ellas la del dramaturgo alemán Heiner Müller.
La relación entre Gabriela Mistral y Joselín Robles no fue pasajera ni superficial. De hecho, cuando la poeta se enteró de la muerte del joven chillanejo en 1916, no dudó en dedicarle un poema póstumo, un gesto que revela la profundidad de ese lazo construido únicamente a través de la palabra escrita. Ese texto, publicado justo en el primer aniversario de la muerte del poeta en un homenaje que también consignó Diario La Discusión de la época, fue más tarde incorporado por Mistral en su libro “Desolación”, la obra que marcaría su debut literario y sería clave para su posterior reconocimiento internacional.
La profesora y poetisa siempre tuvo un cariño especial por Chillán. No se trató solo de una visita protocolar en 1938: la ciudad quedó inscrita en su sensibilidad. Mistral llegó a dedicarle incluso un poema donde habla de los alfareros, del volcán, de la familia de Bernardo O’Higgins y del Mercado de Chillán, como si en esos elementos reconociera la identidad profunda de un territorio que la acogió con una mezcla de afecto popular y admiración intelectual.
Ese vínculo se hizo aún más visible tras el terremoto de 1939. Desde Colombia, donde residía como diplomática, Mistral se enteró del desastre que arrasó la ciudad y, conmovida por la historia del joven Guillermo Díaz, escribió una carta que hoy forma parte del patrimonio emocional del sismo. Díaz, un muchacho de 15 años que esa noche estaba a cargo de la central eléctrica, alcanzó a cortar la luz segundos antes del derrumbe, evitando así un incendio que habría multiplicado el horror. No logró salir del edificio: una pared cayó sobre él. Para Mistral, ese gesto juvenil de valentía y sacrificio simbolizaba el espíritu de la ciudad que había conocido un año antes.
Esa visita de 1938 dejó además una de las anécdotas más luminosas de la literatura chilena. En un acto oficial preparado para recibirla, un joven profesor del se adelantó al escenario para recitar “Canto a la Escuela”: era Nicanor Parra. Décadas después, el propio antipoeta recordaría la escena. “La Mistral me dijo: Usted será el futuro poeta de Chile”. Y así fue.
Chillán también la unía a Gonzalo Rojas, no solo por afinidad literaria sino por un lazo sanguíneo. El poeta, radicado muchos años en la zona, compartía con Gabriela Mistral un parentesco por vía del padre, Juan Antonio Rojas, cuyos vínculos familiares se remontaban a Vicuña, donde también vivieron los antepasados de la Nobel. Aunque Rojas casi nunca alardeó de esa conexión, ambos compartieron una visión ética de la poesía: el oficio entendido como responsabilidad y búsqueda espiritual.
A estos hilos se suma la amistad epistolar con la escritora de San Fabián de Alico, Luz Montecinos, con quien mantuvo varios intercambios que hoy se conservan en el Museo de Vicuña. En sus cartas se advierte cercanía, complicidad creativa y una valoración por la escritura femenina arraigada en la vida de provincia. Todo esto muestra que los vínculos de Gabriela Mistral con Chillán no fueron meros episodios: fueron parte de una trama humana y literaria que la acompañó silenciosamente incluso cuando el mundo entero celebraba su Premio Nobel.