Señor Director:
Entiendo, acaso, lo que entiendo; mi poca claridad mental me nubla, me arrincona, debilita mi seguridad haciendo que mis pasos irresolutos no encuentren, o no sepan descubrir, un lugar seguro donde posarse; entonces, amable lectora o lector, no sería raro que usted me sorprendiera sobre el “triángulo de la vida”, en plena bocacalle, sin saber que giro tomar y confundiendo las luces del semáforo con la de extraterrestres venidos del planeta de los simios iluminados.
Usted podrá comprender que necesitaré más que mis gastadas antiparras para descifrar, buscar y finalmente encontrar a quien apoyar entre una pléyade de personas honorables que llamadas por un impulso vocacional repentino e irrefrenable que les interpeló y hasta conminó, ponen al servicio del pueblo sus capacidades físicas, morales e intelectuales dispuestas a ocupar cualquiera de los miles de cargos vislumbrados en la ruleta multicolor del carrusel el servicio público bien remunerado.
En este universo de posibilidades observo con atención a los jurisconsultos titulados en la universidad de la vida, transformados por arte de birlibirloque en expertos constitucionalistas y sobre cuyas aureolas doradas caerá la responsabilidad de redactar la más perfecta de las listas de supermercado; también llamada, si no me equivoco, Carta Magna.
Hace poco anduvo por estos lares Alfredo Castro, hoy por hoy el mejor actor de nuestro país; lo cito en parte: “Me impresiona que tanta gente quiera ser constituyente. Me asusta que muchos piensen que basta con tener una muy buena idea para merecer integrar la Convención… deben ser personas instruidas en los temas legales… porque se trata del futuro del país, de las nuevas generaciones…”
En fin, aquí estoy en el estrecho triángulo de la vida y necesito un manual de instrucciones para cumplir mi deber de ciudadano; por el momento no sé dónde está el Norte; solo sé que el Sur está para el otro lado.
Miguel Gaete de la Fuente
