Hablar del consumidor y el ciudadano es un modo de referirse a las dos caras de una misma moneda. En el capitalismo democrático, la forma de organización política y económica característica de Occidente, los individuos, según su actividad dominante, pueden ser descritos de ambos modos. En el supermercado, o en cualquier otra situación donde intercambiemos dinero por bienes o servicios, somos consumidores; en el acto de votar, de participar en una manifestación, de peticionar a las autoridades o de comprometernos con una causa general, nos convertimos en ciudadanos.
La porción que les corresponde al ciudadano y al consumidor no es, sin embargo, equitativa. Somos consumidores la mayor parte del tiempo y ciudadanos solo algunas veces. En rigor, eso tiene una razón primigenia: del consumo depende nuestra subsistencia material, del ejercicio de la ciudadanía, en cambio, solo la calidad de la vida social. En consecuencia, aunque la corrección política o las buenas intenciones expresadas en encendidos discursos enfaticen la ciudadanía, lo cierto es que prevalece el consumidor sobre el ciudadano.
En cierta forma, el desequilibrio entre el ciudadano y el consumidor origina el drama de la legitimación política, entendida como la necesidad del dirigente de volverse atractivo para conquistar el poder. ¿Cómo hacerlo? ¿De qué modo se puede atraer la atención del “consumidor-ciudadano” y conseguir su apoyo? En términos generales, hay dos grandes maneras de hacerlo: la sobriedad y el populismo.
El estallido social reprodujo y amplió la gravitación de las dos caras de la moneda: el consumidor ocupó durante mucho tiempo el centro escénico, mientras el ciudadano dormía. Pero ese 18 de octubre de 2019 finalmente despertó, cansado de sufrir un estado permanente de sordera de parte de quien tiene la obligación de brindarle protección a sus derechos esenciales.
Debe considerarse que un paso importante en la solución del conflicto que vive Chile pasa por cambios paradigmáticos, como es el compromiso de implementar –para los ciudadanos, no para los consumidores- una nueva Constitución que les garantice un sistema de servicios sociales de derecho, universal y normalizado, que reaccione eficientemente ante situaciones de vulnerabilidad como las existentes en la sociedad chilena actual.
Una gran mayoría de la sociedad chilena ha revalorado su condición ciudadana, y es ineludible ver y escuchar qué dice. Pero no solo escuchar sus peticiones, escuchar también sus sentimientos, notar su cansancio y ver que sus demandas no son egoístas ni exageradas.
Hace dos años Chile despertó y reclamó una patria más de ciudadanos que de consumidores, reclamó un nuevo pacto social, el mismo que no puede ser construido sino a través del diálogo, como método para el procesamiento de los diferentes intereses sociales, muchos de ellos contrapuestos.