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El poder de un buen liderazgo

Estando en nuestros trabajos, casi todos más de alguna vez hemos experimentado esa sensación incómoda de aceptar alguna decisión de nuestra jefatura que no compartimos, como si nos sugirieran una forma de ejecutar algo, pero desde la lógica de un hazlo así. No siempre se logra identificar el origen de esa emoción, pero por diversos motivos, acabamos aceptando.

Lo anterior puede constituir un comportamiento habitual de quienes tienen equipos de personas a cargo, ya que genera resultados inmediatos. Sin embargo, este estilo de jefatura rara vez inspira conductas de largo plazo o un compromiso auténtico con el propósito de la organización. Por el contrario, en muchos casos, acaba siendo un compromiso vacío.

Ser consciente de lo anterior y mejorar este proceder nos abre una posibilidad como nueva región, ya que estamos en un proceso de crecimiento y desarrollo a todo nivel, lo que en sus inicios puede ser lento porque surgen múltiples necesidades de todo tipo. Por lo tanto, es cierto suponer que si fomentamos un liderazgo que inspire, se podrán acelerar estos procesos y conectar con algo mucho más grande y satisfactorio que una meta comercial o un reporte al directorio, como lo es trabajar en un espacio donde prima la conexión. De lo contrario, corremos el riesgo de progresar a pasos aún más lentos.

He podido observar que, en la práctica, es frecuente observar un estilo de liderazgo que tiende a repetir consignas, un tanto sobreactuadas, por ejemplo sobre la importancia del trabajo en equipo, que muy lejos de generar un efecto positivo en las personas, tienden a convertirse a objeto de burlas, por que se transparenta solo la finalidad de manipulación.

Así, el liderazgo genuino tiene como ingrediente esencial una verdadera preocupación por las personas, su cuidado, y por qué no decirlo, con cariño. Es como algo invisible, un aura. Queda en evidencia que de manera sorprendente y natural tendemos a seguir a esas jefaturas, aún en momentos difíciles de crisis o presión o donde es complicado llegar a las metas. Entonces, podemos decir que en el trabajo seguimos causas, y no a jefes.

Un buen líder debe ser un ejemplo de coherencia entre la palabra y la acción, y es este comportamiento el que crea un vínculo perecedero. El liderazgo aparente se acaba cuando la gente comienza a notar que detrás de las palabras hay solo una fachada. Y eso es automático. Dar el ejemplo, empoderar a las personas, delegar, confiar y respetar suelen ser las bases donde se pueden construir las relaciones laborales sólidas.

Gallup, una empresa global de investigación, reveló que el 70% de la variabilidad en el compromiso de los empleados proviene directamente del liderazgo, con personas que inspiran a sus equipos desde la apertura y que generan conexión, llevan a un mayor rendimiento y lealtad.

Entonces, nuestras empresas locales, tanto las emergentes como las consolidadas, constantemente deben reflexionar y reinventar la forma el estilo de liderazgo, para lograr las metas trazadas junto con dar las oportunidades a los integrantes del equipo para que alcancen el mayor potencial.

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