Francisco no se ha referido al proceso constituyente chileno, pero acaba de escribir la Encíclica Fratelli Tutti (todos hermanos), sobre la fraternidad y la amistad social, con una aguda mirada de la sociedad actual que, sin duda, es una luz para el proceso de discernimiento que se abre en nuestra patria.
Son numerosas las realidades que ensombrecen nuestro mundo y dañan la fraternidad, advierte Francisco. En el origen de estos males, hay una falta de respeto por la dignidad humana, con un sistema económico que favorece la desigualdad y un modelo cultural donde prevalecen los intereses individuales y se debilita la dimensión comunitaria de la existencia. En este cuadro, no basta mejorar lo que hay, sino que se necesita un cambio de rumbo. Las fallas estructurales de nuestra sociedad no se resuelven con parches o soluciones ocasionales, sino que requieren transformaciones radicales.
Para enfrentar este desafío, el Papa invita a rehabilitar la política y a cultivar aquella “mejor política” que se pone al servicio del bien común y que, entre otros aspectos, no puede quedar sometida a la economía, pues es ella la que aporta una visión más amplia e integral.
En este contexto, Francisco hace una fuerte crítica al neoliberalismo, al que acusa de ser un pensamiento pobre y repetitivo, que siempre propone la receta del derrame frente a cualquier desafío: “No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social”. Igualmente es crítico de la especulación financiera que, teniendo como fin fundamental la ganancia fácil, sigue causando estragos. La política, en cambio, no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de la sociedad asegure a cada persona el trabajo, pues “no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo”, señala el Papa.
Fratelli Tutti aporta también una gran luz sobre los modos en que han de hacerse los procesos políticos. Invita a desarrollar una “cultura del encuentro” en base al diálogo, el cual no es simplemente intercambiar opiniones, con monólogos que se mantienen paralelos, sino un ejercicio donde las diferencias pueden complementarse y enriquecerse recíprocamente. No significa que cada actor carezca de valores, convicciones y de un pensamiento propio, pero debe ser en diálogo y apertura a los otros, sin descalificar al adversario y buscando puntos de contacto: “Las diferencias son creativas, crean tensión y en la resolución de una tensión está el progreso de la humanidad”, señala Francisco. El diálogo, igualmente, ha de hacerse buscando la verdad, aceptando que “la inteligencia humana puede ir más allá de las conveniencias del momento y captar algunas verdades que no cambian, que eran verdad antes que nosotros y lo serán siempre”. Es la verdad de la dignidad humana, a la que nos sometemos.
Los católicos no podemos quedarnos en el Chile de hoy en posturas meramente defensivas, que apuesten por el inmovilismo. Buscando a Dios, nos reconocemos compañeros de camino de nuestros hermanos y asumimos un compromiso con nuestra historia, sabiendo que no hay nada verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón del creyente.