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El oficio de la alfarería

En la Edad Media existían diversos oficios, como el de constructor, que reunía en una sola mano las capacidades para diseñar, estructurar y construir una obra de arquitectura, como lo fueron entre otras las catedrales góticas. En un solo oficio se concentraban los saberes de lo que hoy sería un arquitecto-constructor-ingeniero, los que además tenían conocimiento de astronomía, ciencias y artes plásticas o creativas. Los gremios eran los encargados no solo de preservar el oficio, sino que el conocimiento o luz que este poseía, se trasmitiera de generación en generación.

Los gremios o logias de constructores medievales tenían esta misión como su rol principal, para lo cual se organizaban en torno a una estructura central, compuesta por aprendieses, jornaleros y maestros, lo que aún se mantiene hasta el día de hoy, en oficios tales como los albañiles o carpinteros entre otros tantos de la construcción. Con la medicina ocurrió otro tanto, donde los médicos formados en la práctica, lo hacían a través del método de ensayo-error.

De este modo, los gremios de los distintos oficios, paulatinamente van dejando paso a la profesionalización, hasta llegar a la revolución industrial. A partir de ese momento se impone la formación intelectual y científica en profesiones, heredadas de los antiguos oficios.

Tanto los oficios como las profesiones fueron y son parte de una forma de vida, que reúne las vocaciones y capacidades individuales de artesanos y/o profesionales. Constituyen la principal herramienta para sustentar la vida de sus cultores desde el punto de vista material. Dicho de otro modo, deberían generar recursos que les permitan vivir dignamente.

Pero no todos los oficios fueron parte del proceso de profesionalización, alguno de ellos como es el caso de la alfarería, y por la naturaleza de su proceso creativo y sus productos, persisten hasta el día de hoy.

Es el caso de la alfarería de Quinchamalí, la que según Mortecino (1968) “deriva de la tradición mapuche, en la cual la producción alfarera estuvo en manos de mujeres”. El texto de Montecinos sitúa a la alfarería y a las alfareras en el lugar correcto . El hecho de que el oficio sea de mujeres, es parte de la estructura social y rural histórica de la zona de Quinchamalí, y el término “producción” da cuenta de un modelo de negocios, que contribuye a la subsistencia familiar. Por ello la necesidad de trasmitir el saber de generación en generación, ello garantiza un ingreso familiar y a la vez constituye un modo de vida vinculado a un valor patrimonial. La valorización e identificación bajo ciertas premisas como patrimonio cultural inmaterial y todo lo que ello implica, es ex-post al oficio de la alfarería.

Los juicios plásticos y/o estéticos, antropológicos y patrimoniales de la alfarería, están en función de que se trata de un oficio y un producto que históricamente ha sido parte de una cadena productiva de un territorio. Por ello la importancia del suministro de las materias primas y la preservación de los saberes, esto encuentra un sitio virtuoso en el espacio que reúne en torno a la comunidad de las alfareras, patrimonio, cultura, tradición, con producción sustentable, en un ecosistema que dé cuenta de todos estos factores, sin excluir a ninguno de ellos.

Claudio Martínez Cerda
Director Regional de Patrimonio

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