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El lado B de las TIC

Esto ocurre con el empleo de las tecnologías de información y comunicación (TIC) por niños y adolescentes.

El desarrollo tecnológico es uno de los componentes que definen lo más significativo de nuestro tiempo y es por eso revelador el poderío de las empresas y los países que lo producen. La tecnología supone el soporte de los conocimientos científicos que la fundamentan, el empleo de sofisticados recursos materiales y especiales habilidades al servicio de la organización del trabajo y la producción, que buscan ofrecer bienes útiles dotados de la mayor eficacia.

La tecnología se guía por criterios económicos y, en principio, ocupa un espacio éticamente neutro. Cuando se observa el proceso de su evolución se advierte que la demanda incentivada por la competencia, que mueve a elaborar más y mejores productos, ha generado un asombroso dinamismo en la multiplicación de las tecnologías, que, a la vez, se han ido expandiendo más allá de la producción de bienes y la oferta de servicios, y han llevado su participación a otros dominios de la cultura, como ha ocurrido en la actividad educativa y sanitaria, o en el campo de la información y la comunicación.

Tan acelerado en su ritmo, este proceso no se ha visto acompañado de una reflexión crítica sobre las consecuencias previsibles en los órdenes biológico, humano y social para evitar graves perjuicios.

Esto ha pasado en el campo ambiental, sometido a un grave deterioro a causa de los efectos disfuncionales del uso de las tecnologías, lo que se ha evidenciado, por ejemplo, en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, que ha crecido desde 1880 un 40%, algo que coincide con el proceso de industrialización que ha provocado un aumento de la temperatura media del planeta de 0,8 grados. Y de no adoptarse medidas inmediatas, la temperatura puede llegar a subir hasta 4 grados antes del final de este siglo.

Es importante advertir que los frutos de la tecnología, como de otras creaciones o acciones humanas, provocan situaciones ambivalentes, pues tanto se registran efectos positivos como negativos.

Esto ocurre con el empleo de las tecnologías de información y comunicación (TIC) por niños y adolescentes. El debate que se instaló por el uso de los celulares en los colegios precisamente obedece a esa realidad binaria de progresos que se logran con el uso de las TIC, pero que son opuestos al aprendizaje de la redacción y al correcto manejo del idioma, lo mismo que al enriquecimiento de las interacciones sociales y los contactos afectivos.

Por eso conviene tener presente que las acciones humanas siempre crean un compromiso ético y entender que las TIC no son en sí mismas ni buenas ni malas, pero su empleo puede estar al servicio de fines primarios o accesorios que merezcan una calificación ética negativa, como el uso de la llamada darknet o red oscura, donde se pueden encontrar varias capas de navegación que amparan la venta ilegal de ropa falsificada, drogas, fármacos sin receta, pornografía e imágenes de violencia real y desatada.

De ahí que las obligaciones morales no estén al margen del empleo de las TIC. El deber de velar por ese compromiso concierne a los mayores, ya sean fabricantes, padres, educadores, comerciantes y adultos que regulan su uso.

Niños y adolescentes tienen que avanzar en su dominio con mesura y conciencia de los beneficios que reditúa la gran herramienta que está en sus manos, pero también con conocimiento de sus límites y de las derivaciones perturbadoras que puede provocar.

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