El gran valor de Los Carmelitas

Chillán tiene cicatrices y también memoria. Entre sus huellas más visibles se levanta, todavía con dignidad y a pesar de las heridas del tiempo, la Iglesia y Convento de la Orden de los Carmelitas Descalzos. Un templo neogótico singular en Chile, que ha desafiado terremotos, mudanzas espirituales y olas de olvido. Hoy vuelve al centro de la atención pública con la posibilidad cierta de iniciar su restauración definitiva.
El lunes, la visita técnica encabezada por el director regional de Patrimonio Cultural, Claudio Martínez, el director de Arquitectura, Roberto Missene, y el seremi de las Culturas, Hugo Osorio, podría marcar el inicio de un camino para recuperar la recomendación técnica y financiera que el proyecto perdió hace años, y que hoy se vuelve indispensable para darle viabilidad.
Los pasos están claros. Primero, revisar y actualizar el proyecto original, elaborado antes de la creación de la Región de Ñuble, cuando la administración dependía del Biobío. Luego, trasladarlo formalmente a nuestra región. Y, en paralelo, consolidar el comodato entre la Orden Carmelita y el Servicio Nacional del Patrimonio, que ya adquirió terrenos contiguos. Esa alianza permitirá resguardar integralmente el conjunto y proyectar en torno a él un polo cultural de escala nacional, con el Archivo Regional, Biblioteca Regional y Museo Regional. Tres instituciones que, sumadas al convento y su iglesia, configurarán un eje cultural en pleno corazón de Chillán.
No se trata solo de arquitectura. Los Carmelitas son historia viva. Su construcción en 1910, concluida en 1913, por los hermanos Rufo de San José y Ciriaco, ambos sin formación académica en la materia, es testimonio de una “arquitectura sin arquitectos” que desafió el tiempo y a los sismos. Fue refugio tras el devastador terremoto de 1939 y casa de acogida de religiosos españoles que escaparon de la Guerra Civil. Su sistema de “fierro rieles” anticipó soluciones antisísmicas que le permitieron resistir los grandes terremotos del siglo XX y el 27/F de 2010.
Quien camina por Rosas sabe que su silueta gótica no solo dibuja la esquina suroriente de la manzana. La declaratoria como Monumento Nacional en 2012 no fue un gesto simbólico, fue una reacción urgente ante el riesgo de demolición y un reconocimiento al valor arquitectónico, paisajístico y social de un inmueble que es parte del tejido urbano chillanejo.
Pero los monumentos no viven de decretos. Viven de políticas públicas efectivas, de financiamiento oportuno, de gestión técnica rigurosa y de ciudadanía activa. El reciente incendio de la Iglesia Carmelita en Viña del Mar es una alerta que Ñuble no puede desoír.
En una ciudad marcada por terremotos, los símbolos que sobreviven se convierten en anclas de identidad. Y si Chillán aspira a desarrollar su cultura, este proyecto debería ser prioridad.
La hora de salvar a los Carmelitas es ahora. No hacerlo sería permitir que la indiferencia logre lo que ni los terremotos consiguieron: derribar una de las últimas joyas neogóticas del país.