Persiste el debate sobre la incidencia del aumento sostenido de la superficie de plantaciones de pino y eucaliptos en el mayor riesgo de incendios y la vulnerabilidad de las comunidades aledañas. Sin embargo, es conveniente recordar que independiente de la responsabilidad que tienen las forestales en materia de prevención, detrás de cada uno de estos siniestros hay personas que los originaron. Negligencia o intencionalidad, finalmente el origen siempre es humano.
Pocos son los fenómenos que pueden afectar tan significativamente distintos aspectos de nuestro entorno como los incendios forestales. Por cierto, afectan a la naturaleza y su biodiversidad. Pero también amenazan la vida de las personas, sus casas y propiedades, el trabajo, la salud e incluso la movilidad, como ocurrió con los cortes de diferentes rutas en nuestra región. En términos de balances, los incendios forestales muestran estadísticas históricas que no son para nada positivas. Existe una sistemática afectación de superficie que en Ñuble promedia las 3.000 hectáreas anuales. Sin embargo, muchas veces ocurren episodios extraordinarios que incrementan estas cifras, como en la actual temporada donde van 30 mil hectáreas quemadas y 315 viviendas destruidas, según confirmó anoche el gobernador regional Óscar Crisóstomo, en un balance donde también proyectó otra semana complicada, pues se registraría una nueva ola de calor y fuertes vientos, o sea las mismas condiciones que propagaron los incendios en la región la semana pasada.
En cuanto a la respuesta a la emergencia se insiste por una parte en el tema de los recursos y está bien que así sea, pues se trata de una catástrofe sin precedentes en nuestra región. Sin embargo, se podrían triplicar o cuadruplicar las brigadas y los aviones –como efectivamente ha ocurrido- pero lo más probable es que tendríamos más gente combatiendo los mismos incendios que se producen anualmente. Es posible que serían atacados más rápido, pero ello depende en mucho de las condiciones de clima y accesibilidad, tal como lo ha demostrado la tragedia que hoy vive Ñuble.
Por otra parte, persiste el debate sobre la incidencia del aumento sostenido de la superficie de plantaciones de pino y eucaliptos, especies que serían más combustibles que las endémicas y por ende generadoras de mayor riesgo de incendios y vulnerabilidad de las comunidades aledañas.
La discusión en la que han entrado especialistas que sostienen tesis en uno y otro sentido está lejos de zanjarse, sin embargo, es conveniente recordar que independiente de la responsabilidad que tienen las forestales en materia de prevención, detrás de cada uno de estos siniestros hay personas que los originaron. Negligencia o intencionalidad, finalmente el origen siempre es humano.
En efecto, humanos son los que provocan atentados y actos de piromanía. Humana es también la práctica de quemar residuos agrícolas o basura en las cercanías a zonas con vegetación o acampar en zonas no habilitadas y descuidar las fogatas, lo mismo que la costumbre de postergar la limpieza de quebradas y zonas aledañas a poblaciones, reduciendo el combustible potencial en temporada alta.
Considerando el denominador común de la acción humana en el origen de los incendios forestales, hay dos consideraciones claves e impostergables de abordar. En primer lugar, enfrentar decididamente el factor humano en el origen de los incendios forestales, analizar las causas, perseguir a los culpables, educar a la población y entender las motivaciones detrás de la intencionalidad de muchos siniestros.
Y en segundo término, afrontar este tema como un desafío de alcance regional que involucre a toda la ciudadanía, tanto de áreas urbanas como rurales. No se trata solo de combatir los incendios forestales, sino de evitar que se originen y ese objetivo es tarea de todos.