Como en la vida de las personas, también en la vida de las ciudades el paso del tiempo agrega algo más que el envejecimiento. Hay vínculos, costumbres y valores que trascienden y otros que se disuelven, fragmentan o cambian, en una dinámica que tiene como protagonistas a las personas y que ninguna sociedad puede desdeñar, pues su identidad se construye con ella.
Y es que en la medida que asumimos que el carácter de hombres y mujeres se imprime en la ciudad y el carácter de ésta va definiendo el de ellos y ellas, seremos capaces de comprender algunos de los errores y también los aciertos que han marcado nuestro desarrollo.
Solo así, con una visión objetiva, poniendo en su real dimensión aspectos positivos y negativos del ser chillanejo, tendremos un panorama de los caminos que conducen a resultados auspiciosos, como también de los obstáculos que debemos sortear para no volver a tropezar con las mismas piedras.
En Chillán hallamos un rico pasado intelectual e innovador, y una identidad que es infinitamente más potente que la de otras ciudades del país. Esas cualidades conviven con el conservadurismo y cierto fatalismo asociado a los terremotos que la han destruido en tres oportunidades, pero que al mismo tiempo obligaron a reconstruirla, forjando un temple especial entre sus antiguos habitantes.
¿Pero qué está ocurriendo hoy en día? ¿Qué tipo de persona se está forjando en una ciudad que hace 40 años despertó de su siesta provinciana y aún se encuentra a medio camino entre el atraso y la modernidad?
El crecimiento demográfico, los errores en la planificación vial, la brecha entre pobres y ricos, la población migrante y la movilidad social están marcando la pauta y dando una nueva forma a Chillán y también a los chillanejos (as). Competitivos, aspiracionales, más desconfiados e irascibles, son características que emergen en este nuevo perfil y que, afortunadamente, conviven con aspectos positivos de nuestra personalidad, esos que nos hablan del apego a la familia, la amistad y la solidaridad, y que en un futuro próximo tendrán otra gran prueba al enfrentarse a un tema para el que ninguna ciudad de Chile está lo suficientemente preparada: el envejecimiento poblacional.
Igualmente, hay que preguntarse por las generaciones futuras, y las repercusiones negativas que puede tener esta ciudad que comienza ponerse hostil y que puede empeorar si no se adoptan estrategias a corto y mediano plazo.
Una ciudad que cumple 444 años puede y debe considerarse madura y asumir que su destino es de su entera responsabilidad. Para ello se requiere un alto grado de gestión pública, con líderes honestos y capaces, y también participación e involucramiento ciudadano, pues no todo puede recaer en el municipio, pese al innegable protagonismo que tiene.
Se requiere que los chillanejos y chillanejas también tomemos partido, ocupemos los espacios de participación y control social y elijamos bien a nuestras autoridades, delegando poder en personas que presten atención al anhelo que palpita en la calle, esa insustituible usina de opiniones y pareceres que no siempre entiende la política y sus mañas, pero que aspira, simple y sencillamente, a que su ciudad se convierta en una urbe sustentable, ordenada, productiva y socialmente tolerante.