Resulta evidente que la tarea de entender la realidad política de nuestro país es un problema muy complejo. Y si esto es cierto para un adulto experimentado, lo es mucho más para la gente joven, que debe internarse en la jungla de la información y sacar sus propias conclusiones, por lo general de rechazo a la política.
Esa es la consecuencia indeseable, pero lógica, de tantas decepciones producidas por los elencos y partidos políticos que desde hace tres décadas nos conducen. Por lo mismo, la solución a este fastidio y desafección remite a la educación que los mayores les damos a los jóvenes, no solo teóricamente, sino con el ejemplo práctico.
La experiencia didáctica indica que el aprendizaje de la educación cívica necesita apoyarse en la dimensión práctica. Niños y adolescentes deben aprender a conocer e interpretar las normas abstractas ante realidades sociales concretas. Así también tienen que apreciar que, una vez sancionadas, las leyes son obligatorias para todos porque todos son iguales ante la ley.
Ese propósito de vincular, por ejemplo, las formas constitucionales que organizan al Estado con la realidad cotidiana, se puede ir haciendo a través de las reglas de la vida escolar y de la experiencia del aula, tal como sugiere la Unesco en un texto dedicado a proponer modos de enseñar los derechos humanos. Ahí se destaca la importancia de la práctica de los derechos, tal como los alumnos los perciben en hechos que ocurren en el colegio y en la comunidad, y promover la participación activa de los alumnos en la organización y dirección de ciertas actividades en las que tienen que asumir responsabilidades y solucionar problemas que guardan relación con cuestiones cívicas.
En la misma línea nuestro Servicio Electoral dispone de guías de enseñanza para maestros y estudiantes, dirigidas a la comprensión del proceso constituyente, esfuerzo que también hacen casas de estudio como la UdeC a través de su plataforma Foro Constituyente, y la propia Convención Constitucional, en cuyo reglamento (artículo 56) se hace cargo de la educación cívica, esto es, “acercar la Convención a la ciudadanía a través de distintos métodos.
Por ejemplo, habrá un boletín semanal que se podrá compartir de manera virtual, a través de medios de comunicación y redes sociales, cápsulas audiovisuales que serán informativas y educativas, junto con “un personaje institucional de ficción de la Convención, que contribuirá a facilitar la comprensión de las actividades desarrolladas en la misma.
Pero al margen de lo que puede ocurrir en los establecimientos de educación escolar y superior y en el proceso constituyente, un escollo muy serio en la enseñanza cívica es el contexto de la sociedad y sus instituciones cuando las normas no se cumplen. He ahí un problema central, causado por la conducta y los procedimientos irresponsables de autoridades y políticos que, al omitir el debido respeto por las leyes y la ética, generan en los jóvenes y en toda la ciudadanía un temprano descreimiento de la formación cívica, que parece pertenecer a la esfera de una existencia meramente ideal, al falso espejismo del oasis del que Chile despertó hace 2 años.