El discurso altisonante

Cada proceso electoral nos ofrece la oportunidad de escuchar promesas de todo tipo y discursos altisonantes, y este año de elecciones presidencial y parlamentaria esto cobra todavía más fuerza.
Se trata de una manera de actuar que no es nueva. Desde que existe la política electoral, quienes compiten buscan proyectar una imagen de dominio de la iniciativa política. Hay quienes apuestan a los anuncios sonoros, mientras otros cultivan el tono explicativo de lo obvio y no pocos ofrecen lo que nunca estará a su alcance.
Puede parecer inmoral, pero desde que Maquiavelo escribió El Príncipe, es ley de la política que en campaña lo importante es prometer, aunque la palabra empeñada tenga con frecuencia solo un valor relativo.
Sin embargo, el problema que hoy vive nuestro país, y el mundo en general, es que esta desviación se ha acentuado con alcances que pueden ser muy nocivos para nuestra ya debilitada democracia. Ya no solo se trata de prometer lo que no se puede cumplir, sino de construir narrativas para deslegitimar al adversario (a), sin importar si lo que se difunde y amplifica es verdadero o falso.
El populismo digital es un fenómeno político que se instaló con todo en nuestro país, varios años después de haber colonizado otras naciones. Consistente en el uso estratégico de las redes sociales, su objetivo es polarizar a la sociedad y posicionar al supuesto líder o lideresa como única solución a los problemas del país.
Esta estrategia se apoya en la viralidad y alcance de las plataformas digitales para influir en la opinión pública y alterar la percepción de los ciudadanos respecto a determinados temas políticos. No distingue color político. Lo hizo Petro en Colombia, y lo mismo hizoTrump en Estados Unidos, y dos veces.
Sin embargo, hacer sonar las campanas en las redes sociales, llamar la atención con frases incendiarias o promesas descabelladas, es un recurso que debiera ir en franca retirada si tuviéramos una ciudadanía empoderada, concepto que supone educación, información y conciencia sobre la cosa pública.
Los ñublensinos (as) deberíamos advertir que los despliegues de energía dialéctica de varios personajes de la escena política regional y nacional se agotan en sí mismos y haríamos bien en sospechar de estos nuevos candidatos que afirman poseer la verdad y la información real, y simulan asumir como propias no solo nuestras preocupaciones, sino también nuestros temores y decepciones, con el único fin de capturar nuestra adhesión.
Nuestro país, además de soluciones concretas a profundos problemas sociales y económicos, reclama de sus líderes políticos -y de quienes aspiran a serlo- honestidad intelectual, conciencia y responsabilidad para poner fin a viejas y nuevas antinomias y consolidar una forma de gobernar proclive a la generación de diálogos y a la búsqueda de consensos en pos del bien común