“Los chilenos merecen un buen vivir. Somos un pueblo digno, unido, diverso y libre. Nos necesitamos porque somos interdependientes. Tenemos derecho a la felicidad, individual y colectiva, porque sin la una no hay la otra”. Así declaró ayer Diego Ancalao, líder del naciente Partido por el Buen Vivir ya inscrito en el Servel. Y aunque ese trate de un partido, los tiempos indican que debe ser un “completo”; es decir una praxis de totalidad, un movimiento que vaya muchísimo más allá de lo particular, de lo político electoralista. Porque buen vivir no es necesariamente el “vivir bien” lo que el sistema economicista nos ha machacado estos últimos 40 años. Se trata del buen convivir con todo y con todos, un asunto de ética respetuosa del ser de lo otro y de toda forma de vida natural. Aunque no excluye en nada la riqueza material no la persigue, porque al centrar todo el Proyecto-País en sólo un alto estándar de vida, aparece la corrupción y formas de violencia egoísta tan conocidas, donde el único objetivo es consumir. El foco de esta praxis política (de la polis), es cultivar nuestra identidad de humanos, ayudando a otros a serlo cada vez más. Es mejor ser un país un poco más pobre y más justo, que rico y desequilibrado. Buscar el poder por el poder es una forma segura de corrupción.
El concepto de Buen Vivir surgió como tal desde las entrañas mismas de la cosmovisión de los pueblos indígenas originarios, desde el “Jaya mara aru” –que en lengua aymara es “la “voz o palabra del inicio de los tiempos”, donde lo primero está la vida en relaciones de equilibrio y armonía. Así, el Suma Qamaña (mundo aymara) o Sumak Kawsay (quechua) y el Küme Mongen (mapuche), las expresiones que contienen el Buen Vivir, coinciden en que es el proceso de la vida en plenitud. Vale decir, la vida en equilibrio natural y espiritual, la magnificencia y lo sublime (sumak: plenitud, sublime, excelente, magnifico, hermoso, superior), lo que se expresa en la armonía, en el equilibrio interno y externo de una comunidad. Por eso, el paradigma de la cosmovisión ancestral supera los dos paradigmas que propone Occidente: uno individual extremo (individualismo neoliberal) y el otro el colectivo extremo (comunismo estatista).
En cambio, la visión ancestral andina y mapuche del mundo subraya la interdependencia de todas las realidades, y ésta lleva al equilibrio, al camino del medio, al mal comprendido “justo medio”, que no es tibieza ni quedar bien con Dios y el Diablo al mismo tiempo, sino que profunda riqueza en mosaico, pues incluye el valor que trae cada sistema, persona o visión de mundo.¿Cómo c onseguir que éste maravilloso y casi divino ideal del Buen Vivir consiga votos y fuerza en la ciudadanía? Creo que no hay otra forma que reencantando la política con visiones propias de Chile, antes que las contaminara el colonialismo europeo y se viciara en un parlamentarismo oportunista y coludido con los intereses.
Y para obtener ese apoyo no hay que moverse ni a la derecha ni hacia la izquierda; hay que moverse hacia dentro, hacia abajo donde está la savia del árbol, sólo hacia la patria interior, hacia lo honesto y lo verdadero de cada persona. Hay que apelar a la virtud sencilla, a lo natural, a lo aún sano del pueblo, ese que busca festejar sus logros, no porque todo se lo regalaron, sino porque bebe su vino y come su pan autocosechado y que antes con otros en minga, lo trabajó en la tierra con sereno sudor y orgullo. Para los votos, se debe ir hacia la raíces del ser mestizo del pueblo de Chile, a sus ejemplos más nobles de solidaridad y superación. Para un verdadero triunfo, los nuevos líderes del Buen Vivir deben tener más épica y ética, borrada casi totalmente en los actuales figuras de la política. Preciosa, urgente pero difícil tarea la de implementar la premisa del nuevo partido del joven mapuche Ancalao: “No venimos a hacer política para el pueblo, somos el pueblo haciendo p