El arte de la talabartería que sigue presente en cada montura

Don Joaquín Isla Opazo inició su vínculo con la talabartería a los 8 años, cuando visitaba el taller de su padre y recogía pequeños trozos de cuero para fabricar ondas de juguete.
A los 20 años decidió dedicarse de lleno a reproducir esta técnica artesanal, aprendiendo a partir de la observación y la práctica. En sus propias palabras: “Yo trabajaba y le ponía atención a todo lo que hacía mi papá, era puro mirar y preguntar. Miraba cada montura que iba saliendo, tomaba las medidas, veía los ángulos, la inclinación y así fui aprendiendo”.
Relata que, en una ocasión, en ausencia de su padre, decidió terminar una montura recortando los pellones él mismo, a pesar de la negativa del secretario del taller. Cuando su padre regresó y revisó el trabajo, aprobó lo hecho por Joaquín, lo que marcó un antes y un después en su formación: desde entonces, tuvo mayor libertad para intervenir en el proceso.
Hoy, tras más de tres décadas de oficio, mantiene su taller ubicado a pocas cuadras del Mercado de Chillán, donde continúa trabajando con los conocimientos heredados de su padre, tíos y abuelo. La familia Isla es parte de una tradición centenaria en la talabartería nacional. Su antecesor, don Amador Isla, fue fundador de este legado, y sus monturas fueron reconocidas dentro y fuera de Chile, llegando a países como Argentina, Perú, Brasil, Estados Unidos, Canadá, España e Inglaterra.
La talabartería en Chile se remonta a la época colonial, introducida junto con el caballo por García Hurtado de Mendoza en el siglo XVI.
En 2016, fue reconocido por la Municipalidad de Chillán como Ciudadano Destacado, bajo la condición de Talabartero destacado, por su contribución a la cultura tradicional y el rescate del oficio artesanal en la región.