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El actor que se hizo horizonte

Señor Director:

No, Héctor Noguera no murió. Solo cambió de escenario, como quien cruza el camerino y se queda un poco más allá de la luz. Federico aún discute con el mar de Sucupira, Melquíades sigue echando suerte en los patios del norte. William camina entre sal y culpa, Ángel busca perdón en el eco de sus hijos, y Ronny, incluso él, sonríe desde una sombra que ya no asusta.

La verdad es que Tito no actuaba: habitaba los cuerpos ajenos con una calma feroz, hacía del gesto una plegaria, del silencio una verdad incómoda. Algunos nacen para ser el teatro mismo, para dejar la piel en cada palabra y encender los rostros de los otros.

Su oficio fue un pacto con la emoción, una forma de recordarnos que la vida también se ensaya. Que el amor, la culpa, la risa o la maldad caben en un mismo cuerpo si uno los interpreta con humanidad.

Hoy el telón cayó, sí, pero el aire —ese aire que él movía con la mirada— aún guarda su voz, suave y obstinada. En ella respira un país que aprendió a sentir frente a una pantalla. Hay actores que no se apagan: solo cambian de luz.

Ricardo Rodríguez Rivas

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